Tras unos bolazos de una deliciosa nieve fresca, Javalambre nos dio hambre. Se tentó la suerte, porque la reserva la hicimos la misma mañana antes de partir. De hecho nos tocó el segundo comedor, el que habilitan por las mañanas para los desayunos del hotel, el cual también tiene su encanto.
En esta primera visita optamos por la carta, aunque la propuesta del menú se le ve completa además de rentable. En otra ocasión, que a buen seguro la habrá, pues tocaba esta vez medir su cocina.
Nos acompañaba el pequeño de ocho años al que le pedimos el infantil*, en el que puedes elegir uno o dos platos más el postre, 8 y 12 €. respectivamente. Ojo porque aquí también son generosas las cantidades. Con un plato van que chutan.
Aperitivo
- Magdalenitas de bacalao con ajoaceite. Hasta la marca del papel tenían. Un detalle de la casa bien hecho. Ajoaceite a mano, por cierto.
Entrantes
- Ensalada de pulpo y salmón
- Migas de pastor
Ensalada generosa en cuanto a las láminas de pulpo cocido junto al salmón, tomate en dados, guacamole y una sal gorda de pimentón de La Vera. Hasta ahora no me había encontrado el pulpo en ninguna ensalada y en frío si está bien cocido le va. Completa.
Brutales las migas. Mantecosas, hechas con buen pan, trocitos de panceta, jamón, huevos de codorniz, aroma de trufa... con una selección de fruta natural (ver foto). La yema de los huevos salió cuajada, y a mi juicio creo que no debería. Me adelantaré a la jugada en una próxima visita. El caso es que olían y sabían.
Principales
- Bacalao y su ajoaceite de gambas
- Perdiz salvaje con boletus y foie
No probé el bacalao. Iba sobre una cama de pisto con una costra de ajoaceite de gambas. Buena pieza desalada de la que mi mujer habló muy bien.
Mi concentración estaba en el pajarito, joder que cada vez me gustan más. Una perdiz roja de caza estofada al vino tinto del Somontano, seguro que con el Montesierra que tienen como el de la casa, con boletus y chalotas. ¡Mátame camión! pero esta vez con remolque y todo.
Postre
- Couland de queso de Albarracín
Sí, sólo se pidió uno. Y menos mal, porque ese enorme bizcocho relleno de queso fundido y potente llenaba lo suyo. Muy bueno en todos los sentidos, empezando por la presentación.
Para beber, a parte del agua, elegimos un tinto maño, que es lo que tocaba, entre su escueta carta. Un Bole 2011 con unos 14,5º grados frescos y apropiados. Copas decentes y con apoyo de cubitera, pues el calor de la chimenea acabó por hacer mella. Hubo una cerveza Ámbar previa, como debía ser, y un té final de granel, que también tienen.
El sitio es recomendabilísimo. Y tienen ahora un menú degustación que por basarse en la trufa nos dijeron debía ser por encargo. Ese menú fuera de esta temporada ya sí se puede pedir in situ.
Con nieve o sin ella, el caso es volver.
*Queda fuera de la valoración y precio el menú infantil.