Una de las últimas cosas que me hubiera imaginado nunca, es que en pleno festival carnívoro me acordara de Ramón, mi profesión de filosofía del instituto y de sus clases sobre Platón, pero al parecer los designios de las conexiones neuronales son inescrutables. Hace un par de meses estaba leyendo algunas crónicas y me topé con el comentario de cierto veremero vasco que afirmaba haber comido el buey de su vida en Altea, tras haber peregrinado por media península. Tal y como le dije a él en su momento, “si un vasco dice que el mejor buey está en Altea, no se hable más”, así que procedí a anotar Ca Joan en mi lista de urgencias históricas y cuando a finales de verano surge la posibilidad de un fin de semana alicantino, lo primero que pensé fue “esta es la señal que estaba esperando”.
Reserva telefónica con unos días de antelación anunciando el motivo de la visita, porque aunque me aseguraron que el buey siempre está disponible, ya lo dice el refrán: “jansolo precavido vale por dos”. Como ritual de preparación ante los grandes eventos, comienzo el día con un desayuno ligero y me salto el sagrado almuerzo, de modo que todos mis ácidos estomacales estén en perfecto estado de revista. Cabe destacar que el local dispone de parking propio, lo cual se agradece mucho en esas fechas, especialmente si vienes de fuera como era nuestro caso. Como llegamos los primeros pudimos estudiar la carta con toda la parsimonia del mundo para decidir el entrante y el vino, puesto que lo demás ya estaba adjudicado. Dispuestos a morir por ingesta de buey, lo mismo daba morir por un poco más, así que decidimos empezar con las albóndigas del mismo animal en salsa moscatel e ir aclimatando el paladar a ese sabor vacuno. Al ver la carta de vinos me llevé una leve decepción puesto que me pareció bastante clásica y con escasa presencia de diferentes D.O, divisando multitud de Riojas y Riberas, un par de Toros, otro par de Vinos de la Tierra de Castilla y los restantes 7 u 8 vinos se enmarcaban en el epígrafe genérico “vinos del Mediterráneo”. No recuerdo especialmente ni los blancos, ni los espumosos porque iba con el piloto automático hacia el tinto. Pregunté si tenían algún Priorat o Bierzo pero, como no fue el caso, tuve que “conformarme” con un Mauro 2014 a un precio que me pareció muy bueno, 32€. Estuvo bien, sobre todo hacia el final de la comida, es un vino potente que acompañó bien a la carne, pero definitivamente no es mi tipo.
Un momento después de realizar la comanda, llega a nuestro pequeño comedor interior una mesa con los 13 integrantes de una despedida de soltero dispuestos a arrasar. “Ostia que mal pinta esto”. Como era de esperar, el nivel acústico de nuestros vecinos fue “in crescendo” y solo un par de minutos después llega una mesa familiar que, al ver el percal, no accede ni siquiera a sentarse y piden que les cambien de comedor. Pensamos –erróneamente- que quizá en unos minutos la cosa se relajaría un poco pero, para cuando los de la despedida no tienen todavía ni olivas en la mesa, acaban de decantar la segunda botella magnum y el nivel sonoro ya es insoportable. “mecaguenlaost***, para una vez que vengo hay una despedida y encima a mediodía, tócate los coj***” . Aguantamos estoicamente unos minutos hasta que volvimos a ver al camarero que traía las albóndigas y simplemente le suplicamos que nos cambiara a otra mesa “donde sea”. El camarero accede y nos comenta que “solo me queda una pero...” “mientras no esté aquí nos parece perfecta”. Jamás una mesa de apoyo al servicio me pareció tan perfecta. A pesar de sufrir 10 minutos impropios de un local de estas características, confieso que en el fondo me produjeron la más sana de las envidias, pues entiendo que esos son los amigos de verdad, los que te hacen una despedida en Ca Joan y por ello tienen mi aplauso ganado.
Los platos servidos fueron:
1.- Aperitivo de la casa, Salmorejo
2.- Albóndigas de buey en salsa moscatel
3.- Chuleta de buey gallego de 1,720Kg, con patatas y pimientos del padrón
4.- Sorbete de naranja
5.- Café e infusión
Las albóndigas estaban muy buenas y al primer bocado ya notas que tanto el sabor como el olor de esta carne son diferentes. La salsa me pareció bastante correcta y me pude contener lo estrictamente necesario en el noble arte de mojar pan, en previsión de la batalla que se avecinaba. Cuando “ese” pedazo de chuleta cruzaba el umbral de la puerta, pude reconocer de inmediato “ese” olor característico. Me parece increíble la capacidad que tienen algunos sabores y olores para almacenarse en lo más profundo del cerebro y volver a aparecer de repente, incluso despues de varios años. Estoy seguro de que "ese" olor lo reconoceré ya siempre. Sobre el sabor de la carne ¿qué os voy a contar que no imaginéis ya? ¿que estaba de muerte? ¿que era como tocar el cielo? Cualquier cosa que dijera sería obvia, pero aun así me gustaría puntualizar un par de cosas:
1.- Esa grasa es un manjar de dimensiones iguales o mayores que la propia carne.
2.- Si no eres un verdadero carnívoro, es muy probable que ese sabor tan fuerte ni siquiera te guste. En cualquier otro caso, es el Monte Olimpo de los carnívoros, tienes que probarlo al menos una vez.
El problema viene después, cuando todavía estas lameteándote en busca de las últimas trazas de sabor y poco a poco vas asimilando lo que acaba de suceder. Entonces comienzas a plantearte algunas cuestiones incomodas: ¿volveré a disfrutar así de otra carne? ¿a qué me sabrá el próximo chuletón de vaca corriente? ¿y una simple pechuga del supermercado? Al aterrizar de nuevo en el mundo real, la cruda realidad se hizo palpable y me acordé de Ramón explicándonos el mito de la caverna. Lo de salir de la caverna está muy bien si te quedas a vivir fuera, pero ¿y si solo podemos asomar la cabeza un ratito? ¿merece la pena? Ramón solamente nos describió el viaje de ida hacia la luz, pero éste se parece más bien al de esos reclusos de Guantánamo que solamente pueden ver la luz natural de vez en cuando. No sé quién demonios me mandaba venir aquí, con lo a gusto que estaba yo en mi cueva, justo ahora que ya había cambiado el parquet, pagado los muebles y renovado los baños. Si os viene el Morfeo de turno diciendo que las vistas fuera de la cueva son acojonantes, ni se os ocurra elegir la pastilla roja. Las cuevas hoy en día tienen calefacción central, televisión plana y conexión a internet. No necesitaba más.