Después de una serie de visitas a las principales sidrerías/marisquerías de Ribadesella -destacables el Carroceu y el Campanu- y cumplido el ritual de la fabada asturiana, tocaba aproximarse a una cocina mucho más elaborada, dirigiendo nuestro pasos, a tal efecto, al restaurante ahora comentado, no sólo por las críticas recibidas, sino también por la curiosidad de saber el secreto de un menú de un restaurante de una estrecha Michelín, a un precio sorprendente.
Y la verdad es que no decepcionó.
Situación y entorno: Bien señalizado y ubicado en un coqueto rincón de la localidad antes comentada. Cuenta con una terraza (suplemento del 10%) para aproximadamente 12/16 pax. El local, no excesivamente grande -la reserva es casi imprescindible- tiene su encanto. Bien aprovechado el interior (24/30 pax), pero con una aceptable separación de las mesas, las cuales cuentan con un tamaño adecuado. Sillas cómodas. Decoración intimista, en la cual lo que menos me gustó fueron los cuadros.
Los platos y cubiertos son diversos y variados, con cambios constante en función de los sucesivos platos. Buenas copas. Buena mantelería. Se respira limpieza y pulcritud, a lo que colabora la impecable presencia del personal, perfectamente ataviado. Bastante bien en este punto
Servicio y servicio del vino: Muy bueno el servicio. Al aspecto impecable ya comentado, se unió una atención exquisita del personal. Perfecta explicación de todos y cada uno de los platos. Rapidez, amabilidad, atención. Sin prisa, sin pausa. Fenomenal. El servicio del vino fue casi continúo, si bien debe señalarse que la carta de vinos me pareció en exceso parca -incluso un tanto decepcionante-, no siendo muchas las posibilidades existentes en este punto. Creo que es un aspecto a mejorar sensiblemente y que lastra la calificación de este apartado. Los precios, al nivel habitual (x2).
Optamos por un fillaboa, servido a perfecta temperatura y con el correspondiente acompañamiento de cubitera.
Comida:
Vistas las buenas críticas de foreros de confianza, ni siquiera miramos la carta -yéndonos al menú degustación, denominado “Ribadesella 2014--, tanto más porque la noche precedente habíamos pasado al lado del restaurante, habíamos corroborado el precio de aquél (30 euros) y es una opción que siempre me ha gustado.
En concreto, el mismo consistió en los siguientes platos:
Aperitivos: Todos ellos bien presentados, la mayoría en vaso tipo chupito
Ensalada líquida maíz y guacamole: colorida, fresca y buena para abrir.
Tartar de salmón y algas. Muy rico.
Brandada de bacalao, tomate y almendras. Correcta.
Crema de patata, coliflor y cúrcuma. Sencilla, pero buena.
Principales: raciones más que correctas.
Carpaccio de manzana verde y sardina marinada. Original, rico.
Tomate raff y cebolla roja en ensalada de anchoa ahumada. Sencilla, pero también buena.
Cuscus trufado, con huevo, setas y repollo. No me acabó de convencer ¿demasiada mezcla?
Bacalao, jugo rustido de pulpo, verdinas y vegetales: Muy bueno, perfecta cocción.
Carrillera tostada, puré de apio-nabo y remolacha. Jugoso, rico. Bien acabado.
Postres:
Cremoso de plátano, piña confitada y cáscara de limón: Buena conjunción de sabores, muy rico.
Migas de chocolate, crema de calabaza y naranja y helado de yogur: Bueno, aunque, a mi juicio, algo inferior al anterior.
Bien el apartado de los panes.
Todo lo anterior dejo una cuenta de poco más de 80 euros, una extraordinaria RCP.
Por resumir: muy buena opción de menú-degustación, con platos bien elaborados, aunque -quizá- alguno de ellos de ejecución un tanto rebuscada. Buena calidad y cantidad, para un resultado sin duda satisfactorio.
Hay que ir casi por obligación: después de un par de días de chiquiteo -sidra va, sidra viene- y cumplido el objetivo de las fabes, uno tiene ganas de probar este tipo de comida. Y aquí, desde luego, se sale más que satisfecho sin sentir horadado el bolsillo.