Acudo a El Charolés tres o cuatro veces al año. Emplazado en la calle Floridablanca, tiene también entrada en otra calle trasera. La decoración es tradicional y rústica, con gruesos muros de sillería, biombos de madera que separan diferentes ambientes en el salón de la planta de arriba, y bóvedas de cañón en la planta baja. Las mesas son amplias y hay suficiente separación entre ellas. El servicio es de vieja escuela, educado, amable y estudiadamente distante, con un equipo que prácticamente no ha cambiado desde hace años.
La cocina es tradicional de mercado, con una excelente materia prima. Magníficas carnes con D.O., pescados y mariscos. Dependiendo de la temporada tienen distintos platos que no suelen cambiar de año en año. Fresas, alcachofas y espárragos en primavera, el mejor de los gazpachos, crema de melón, ensaladilla rusa y ventresca de bonito con tomate en verano, todo tipo de setas y trufas en otoño, y mariscos y angulas en invierno.
Capítulo aparte merece el cocido madrileño. Para mi el mejor de toda España. Empieza sin fecha fija cuando empieza a hacer frío, cada uno de los ingredientes está cuidadosamente seleccionado, y todos ellos conforman un exquisito, aunque interminable manjar. Al final, y para "desengrasar" tan copiosa comida, te sirven una ensalada de refrescantes berujas que facilitan la digestión.
Los postres son caseros y te los suelen servir con una bola de helado. Destaco el tocinillo, las natillas, las torrijas, la tarta de arroz con leche y la leche frita. Todos ellos te los acompañan con una copita de moscatel.
El servicio del vino es el mayor pero del restaurante; no disponen de sumiller, y las copas son pequeñas. La bodega es tradicional, con unas sesenta o setenta referencias en total: tintos clásicos riojanos de buenas añadas, una buena lista de Vega Sicilia, Valbuena, Protos y Pesquera. En blancos algún albariño y una selección de champagnes reputados.
Si no nos decidimos por ningún vino, podemos decantarnos por una sangría absolutamente espectacular, elaborada según anuncian con uvas dulces, aunque cuando les preguntas qué es lo que lleva, se ríen socarronamente y evitan darte una respuesta.
Algo destacable tanto en la comida como en la bebida es el absoluto control de las temperaturas. La cerveza (Mahou) te la sirven de tercio completamente helada, el gazpacho en verano, de frío que está te congela la garganta, y los platos calientes están a la temperatura adecuada, nunca te abrasan la lengua.
Como curiosidad, al final de la comida o la cena, te obsequian con curiosos regalos, tales como mandiles, mecheros, peines, abanicos, sombreros, espejos... personalizados con el nombre y el logo del establecimiento.
Te regalan dos horas de estancia en un aparcamiento cercano. Se permite fumar en todo el restaurante.
Restaurante caro, de grandes raciones con sabores sabrosos y de toda la vida. Ideal para ir a comer un frío sábado del mes de enero, o para cenar en su terraza con vistas al Monasterio en una fresca noche del mes de julio.