Había que elegir entre las múltiples opciones que tiene una ciudad como Santander y la cosa no era fácil. Lo que sí tenía claro es que me apetecía un local de cocina con raíces, no necesariamente clásico, pero sí con una clara influencia de la cocina cántabra. Las excentricidades gastronómicas ya las encuentro al girar la esquina de mi casa.
Este fue el restaurante elegido por mis anfitriones, cena con tres veremeros de pro, G-M, jacomur y Gabriel Argumosa, una oportunidad única de debatir sobre gastronomía, de compartir de disfrutar escuchando lo mucho que saben.
Una pequeña y estrecha entrada abre las puertas de un local que se ensancha y desemboca en un gran comedor lleno de barricas pintadas por diferentes personalidades, sin duda más de una de la hubiera llevado a casa…
Lleno hasta la bandera y con un perfil de gente muy diferente, ni la acústica ni el servicio del local se resintió lo más mínimo, todo un logro.
Como iba con la enroña de probar un cocido montañés como Dios manda, allá que fue el bueno de Gabriel y hablar con ellos, pues este plato no se suele preparar por la noche, y nos consiguió una ración, que tomamos a esa buena hora de las 23:30… la hora del cocido, vamos.
Este fue el menú que confeccionamos:
Bocartes, muy ricos y sin excesos de aceite.
Anchoas de la zona, de buen calibre y llenas de sabor.
Mousse de cabracho, la preparación clásica del pastel pero algo más ligero.
Rabas, también muy buenas, en la foto parecen más aceitosas de lo que realmente estaban. El secreto no es otro que utilizar un buen calamar fresco.
Pimientos rellenos de carne. ¡Qué cosa más buena, por favor!
Callos, también de 10, con buen punto de sabor pero sin ese exceso de la casquería más burda.
Y el cocido montañés. A mí me pareció excelente, pero era la primera vez que lo probaba. Mis acompañantes, que aseguran haber comido unas cuantas docenas de veces, también afirmaron que era digno de mención, así que me alegro de que mi primera experiencia fuera tan buena.
Aún quedo algo de saque para los postres (arroz con leche, leche frita, etc…) No los probé mucho porque no soy muy goloso y como con hambre tampoco nos habíamos quedado, tampoco era plan de acabar como en La grande bouffe.
Carta de vinos interesante, con buenos precios y bastantes vinos de la zona, lo que se agradece. Tomamos un Casona Micaela, vino de la zona que me gustó y que maridó perfectamente con los primeros entrantes, un Predicador y un El Regajal Selección Especial para que aguantara el resto de platos.
Servicio siempre atento, extremadamente amable y siempre pendiente de nosotros pese al llenazo de esa noche.
Local altamente recomendable si se quiere probar la cocina cántabra auténtica.
Gran noche…