Regalo de mis 50 años con mi pareja y un matrimonio amigo. Reserva en agosto, ya que todos los fines de semana de primavera estaban ocupados dos días después de abrir las reservas en enero. Finalmente, podíamos ir al restaurante que es todo un referente para la cocina tradicional puesta al día. Llegada a las 12 del mediodía, un día espléndido con unas vistas maravillosas. Todos los clientes en educada procesión cruzando el jardín de plantas aromáticas. La recepción nos invita a situarnos en el salón de cafés y aperitivos, desde donde se divisan unas impresionantes vistas sobre todo el Massif Central. Nos sirvieron las cartas de aperitivos, de comida y de vinos. Todo bien escrito y detallado, con todos los precios y sin las trampas tan habituales en España sobre precios de pan y cubierto, refrescos, etc. Pedimos un aperitivo mientras comentábamos qué elegir. Al final, nos decantamos por el menú balade, el más extenso, pero que incluye la famosa gargouilloue. Minutos después se nos acercó uno de los sommeliers que nos aconsejó un par de vinos, un blanco de Borgoña y un negro de Burdeos, bien ajustados de precio, a unos 70-80 € la botella. Al cabo de un rato, pasamos al comedor, con la suerte de tener una de las mesas a primera línea del ventanal. (Atención: la iluminación y el paisaje pueden cambiar mucho según se esté en primera o en segunda fila del ventanal). Nos encontramos la mesa ya dispuesta, con los vinos esperándonos en una mesa aparte. Pedimos agua natural, sin ningún coste, perfectamente servida en una jarra y a temperatura fresca excelente. (Otro paréntesis: ¿para cuando en España se ofrecerá agua corriente sin coste adicional, o como mínimo, con indicación de precio. Todavía recuerdo el robo que nos cobraron por el agua en el Sant Pau de Carme Ruscalleda. ¡Tenemos tanto que aprender de Francia!).
No voy a detallar el menú, que está en otros comentarios y muy bien detallado. Solamente mis reflexiones y conclusiones: no encontramos ninguno de los cuatro comensales ningú plato que nos sorprendiera por su intensidad de sabor o por su sutileza. Ninguno, a parte de sabor de media langosta asada, lo cual no tiene un especial misterio. De pescado, nada más. Y de carne, un foie muy suave, bien cocido a la plancha (pero con todas la venas... mo tocó el corte central) y un corte de pato. Nada más: ninguna referencia a las felices ovejas y vacas que veíamos por todos los prados a nuestro alcance. Abuso del celerí: nos lo encontramos en tres platos, y la gran decepción: la gargouillou. Un fiasco. De verduras, las mínimas, pero de flores y brotes de plantas, la que quieras. El resultado es decepcionante: si tienes la mala pata de comer en primer lugar alguna hierba de sabor muy fuerte, ya no puedes sentir los sabores de los productos más suaves. Pueden estar perfectamente cocidas (las pocas verduras, porque lo que són flores y brotes, no hay técnica que valga), pero no se pueden apreciar al lado de una legión de hierbas de pastura.
En general, todos -y cuando digo todos, quiero decir todos- todos los platos decorados con flores (¡hasta el carro de quesos solamente se acompañaba de ensalada de verduras y flores!).
Y para colmo, el servicio. Puedo comprender que si un comensal se levanta del comedor, acuda un camarero pare doblarle nuevamente la servilleta, lo encuentro inencesario pero lo puedo comprender, pero lo que no puedo comprender es que en dos ocasiones este camarero no se dé cuenta de una copa completamente vacía, que yo tuviera que hacer signos para que viniera alguien a servirme vino, y que nadie acudiera... ¡en más de seis minutos! Hasta que me levanté para servirme yo mismo, y solo entonces acudieron a servirnos más vino.
Segundo error: muy sutilmente nos invitan com un papelito doblado a mantener el mismo cuchillo durante toda la comida, como homenaje a los cuchillos de la misma población, Laguiole. Muy atentamente, nos lo comentan y nos señalan que si queremos que nos cambien el cuchillo, no habrá ningún problema, faltaría más. Pues cual fue mi sorpresa que dejé mi cuchillo sucio cruzado en medio de plato para retirar, cuando el camarero, sin mediar palabra, me lo coge del plato y lo vuelve a colocar al lado. Cuando reaccioné, el camarero ya se había dado media vuelta. Tuve que limpiarlo con mi servilleta. Y supongo que el camarero se tuvoo que limpiar las manos.
Creo que con todos estos detalles explicados pueden entender el título de mi comentario: los grandes restaurantes archipremiados y archiestrellados me han decepcionado profundamente, por el mal servicio y por la poca intensidad y sutileza de sus sabores. Me ocurrió con el Celler de Can Roca de Girona (de los diez comensales que éramos, nadie recuerda lo que comimos dos años después), me ocurrió con El Racó de Can Fabes de Sant Celoni (cafés desparramados por el plato, pescado crudo que se quedaba agarrado a la espina, moscas voloteando por el cristal de la cocina, errores en el servicio de los postres, etc.), me ocurrió hace años en el Neichel de Barcelona, etc. Solamente salvo parcialmente Arzak, el Sant Pau de Sant Pol y, éste sí, el Bulli (en 1999!). De los otros, me ahorro los comentarios. Desde aquí defiendo los restaurantes que no son arichestrellados y que mantienen una cocina muy honesta... aunque no estén de moda, como La Rectoria de Espinavesa, o Can Po de Rocabruna.
Por suerte, el precio que nos cobraron -275 € por personal- fue por debajo que lo que nos esperábamos par un santuario como el Bras. (por cierto, que el restaurante se llama "Bras" y no "Michel Bras", pues es de los dos hermanos, Michel y Sébastien, y no solamente de Michel.
En conclusión: no pienso volver a ser víctima de las Michelin y otra guías. Nunca más.