Local con una decoración un tanto fría, paredes blancas, muebles rojos, en la mitad del local techos altos y en la otra un techo más bajo de ladrillo. Pocas mesas, unas diez, de las que sólo estaban dos ocupadas, aparte de la nuestra. Carta sugerente, no muy extensa, menú degustación y menú "àpat" del mediodía disponible también por la noche. La comida espectacular. Sobre una base de producto de temporada y recetario tradicional Oriol elabora auténticas maravillas. Como tapas nos trajeron un mejillón de roca con puré de coliflor y una ventresca de atún con berenjena ahumada que dejaba un largo e intenso sabor a brasa. De entrante comimos dos ensaladas de caballa con romesco y un pulpo con calçotada para compartir; de segundo carrillera de ternera con puré de nabos, esparragos y fruta de la pasión y de postre un brownie con fresas y crema catalana y unas fresas con gel de manzanilla. Para beber tomamos agua y una botella de Aalto 06, servido en copas Spiegelau. Servicio rápido y muy atento, realmente agradable. Un local para recomendar y volver.

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