Fantástico

Extraordinaria experiencia la que tuvimos ayer en este pequeño templo que rinde homenaje a la cocina basada en el producto y en el mimo con el cual es tratado. Fantástico el concepto del bistrot para ambientar como telón de fondo de lo que los anglosajones llamarían “back to basics”, vuelta a los conceptos más primarios de lo que se entiende por cocina: una experiencia que haga que el cliente disfrute más allá de todo artificio. Genial la atención dispensada en todo momento. Estuvimos departiendo al final de velada un largo rato con el chef, Francesc, que nos expuso con una rotunda sinceridad sus puntos de vista sobre el negocio, su concepto, a veces incomprendido, su pasión y su manera de hacer que sale directamente de lo más hondo. A veces, cuesta dinero ser un romántico del oficio. Pero para el comensal acaba siendo un regalo mayúsculo. Una muy cálida enhorabuena por el gran rato vivido.

Y ya entrando en materia lo cierto es que resulta difícil transcribir lo que fue una cena muy redonda. Empezamos con unas patatas bravas para abrir el fuego que estaban celestiales. La receta se la guarda muy en secreto y no me extraña. Mayonesa, ¿sobrasada?... sea como sea, están espectaculares. Siguió un aperitivo de yogur de ceps, cremoso al estilo griego, servido con una cuchara con aroma de pino. Empezó el festival con un steak tartar de carne de potro, tierna, muy tierna. Como sucedió en casi todos los platos la preparación se termina delante del comensal. En este caso, la yema y la salsa del tartar son mezclados delante para dar también el justo toque picante que desee cada uno. Seguimos con un foie a la ceniza con un caldo de pot au feu y verduritas. Excelso. El mejor foie que he probado. Compacto, con una textura tersa y un final delicioso paladeando la carbonilla. Genial el punto de cocción e inmejorable el producto: apenas había perdido nada de su grasa. Un rotundo 10. Continuamos con un sabayón de aguaturma con trufa blanca. Magnífico. Después unos calamarcitos rellenos de butifarra negra. Sería injusto decir que fue el plato que nos pasó más desapercibido. Sólo cabe decirlo si tenemos en cuenta que el resto fue estratosférico. Para acabar la traca nos trajeron un costillar de cabrito cocido a baja temperatura con un fricassé de níscalos, que era para llorar de la risa. La concentración de los aromas, la calidad y el punto de cocción del costillar, que se deshacía en la boca. Otro 10. Para acabar compartimos un postre bautizado como “Recuerdos de la infancia”, un divertimento a base de un sorbete con sabor a caramelo Kojak, una mini-nube como las de las ferias infantiles y unos peta-zetas. Todo esto regado con un Pétalos del Bierzo 2008 (D.O. Bierzo), un vino con ciertas notas balsámicas en nariz y un paso por boca poco astringente y algo floral. Una buena opción surgida de la factoría de Álvaro Palacios. En el postre acompañamos con un Moscato d’Asti.

Por lo demás destacar como ya he dicho antes este concepto de emplatar delante del comensal. La cubertería correcta (nos trajeron cuchillos de Laguiole para la carne) y el coperío Spiegelau. Ambientación muy lograda de verdadero bistrot francés. La atención fue en todo momento muy amable y cercana. En resumen, una recomendación como una casa. Espero volver pronto.

Recomendado por 1 usuario
  1. #1

    harddiskbcn

    Suscribo totalmente el comentario del amigo, aunque no debería... Luego se pone de moda y ya no hay forma de volver.

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