Uno de los mejores restaurantes para el mundo

Casi cuatro años sin visitar Aponiente. Demasiado tiempo. He encontrado otro restaurante a todos los niveles. La apuesta marina de Angel León ha avanzado durante todo este tiempo hacia una mayor singularidad radical. Llegar al Molino de Mareas ha sido un sueño convertido en realidad. Un traslado hacia el lugar donde un restaurante como Aponiente debe estar. Un movimiento que provoca que el espacio se revalorice.

La importante y justa segunda da estrella da solidez a un restaurante de otra dimensión. De los 190 metros cuadrados en Puerto Escondido a unas instalaciones llenas de comodidades, a un escenario que deja boquiabierto. Aponiente va más allá de su primario objetivo, convirtiéndose en la escenografía donde León y su equipo nos enseñan que hay un mar desconocido que puede convertirse en nuestra futurible despensa. Debemos entenderlo como un espacio transgresor, verdaderamente de vanguardia desde la óptica de su fundamentalismo en los ingredientes.

Culinariamente, los platos son de elevada intensidad. Destacan por su suculencia, por mantener el nivel del sabor casi siempre en las alturas. El radicalismo marino de Aponiente provoca que no exista una excesiva amplitud de matices, que a veces los sabores nos puedan parecer algo redundantes. Se muestra el mar como es. León es consecuente. Si el mar es intenso, así es la cocina de Aponiente.

El comienzo es fuerte, patata chip con camarones con plancton. Salino y penetrante. Declaración de intenciones.

La dulcería marina se compone de tres bocados. La carmela negra rellena de una holandesa de calamar está para ser recordada y es la pieza donde mejor se ensambla el dulce con el salado y sobre todo aparece esa cremosidad pastelera. La blanca rellena de calamar de potera en tartar y un brazo gitano de plancton con cangrejo coñeta más fresco que los anteriores.

Los embutidos marinos (chacinas frías) se expanden. Cada vez la apuesta es mayor. A los chorizos y salchichones, ahora se unen morcillas, mojama,.. El pastrami de atún rojo merece especial atención. Para enmarcar. Profundo, eterno, casi como un paté o foie marino.

En la misma línea, como entremés caliente, la chistorra de mojarras con alubias que en realidad son ñoquis de queso. Gustosa, conseguida, con las especias como hilo de unión gustoso entre el cerdo y el pescado.

A continuación un póker de pequeños bocados. La sardina ahumada con huesos de aceitunas es fascinante, aromática, con un punto agradable de grasa y umami. Para repetir. Le sigue el taco halófilo de aguacate y plancton que pasa algo desapercibido, presumiblemente por un ligero punto dulce. La tortilla liquida de camarones no mejora una gran tortilla de camarones, mientras que el bombón con un guiso de descartes a la roteña te aproxima al mundo marinero desde su fondo convenciendo por naturales.

La ensalada de arbustos salinos y cañaillas a la brasa es la primera ensalada como tal que se sirve en Aponiente. El cambio de ubicación, la cercanía a los esteros y como siempre la investigación permiten la incorporación de plantas salinas. Agradable contraste entre las ascuas y esa frescura de las hierbas. Uno de los contados paréntesis en la potencia aponientera.

Angel León tiene parte de base francesa. Se nota en algunas de sus elaboraciones, en las cocciones largas, en las reducciones de las salsas, en el uso de la mantequilla y también en las “royales” que inserta en el menú. En este caso, una potente royal de erizos y una suculenta royal de ortiguillas con plancton, ortigas de campo y tagarninas. Una especie de mar y campo gaditano.

Necesario resulta reducir de nuevo la fuerza. Se hace ligeramente a través de una sopa fría de adobo, medusas y tomate helado. Textura y temperatura cambiante en relación al adobo y tenue relajación del paladar. Sobresaliente paréntesis.

También por partida doble llegan las ostras .Primero la encominada, acompañada de un licuado de zanahoria y la citada especia. Cádiz en toda su extensión desde el ímpetu. Seguidamente la “Ostra café París”, con esa mantequilla fundida y ciertas hierbas que encajan de maravilla con la carnosidad y el yodo del molusco. Placentera.

Se sube el nivel con el cocktail de galeras. Otra demostración de principios en el uso como ingrediente principal de un crustáceo normalmente exclusivo para fondos. Rejuvenecimiento de cierto pasado kitsch desde la cocina de verdad con una americana de elevada concentración. Muy acertado el aire de naranja amarga para amortiguar el golpe. La magia está en el gusto.

La caballa tiene especial protagonismo a través de tres bocados. Un liviano y sabroso buñuelo de caballa con tomate, una composición del pescado en una fresca pipirrana y el nigiri donde se presenta la caballa encevichada es un mordisco que representa una futura visión a otras formas de cocinar el pescado. Un guiño de lo puede llegar.

El último episodio salado pertenece a la cocina de abordo, la cocina de fondo. Se comienza con un guiso de berza marinera que incluye sus garbanzos y un aldente ravioli de calamar. Se corona con un limpio fondo que de nuevo te desplaza a una casa de pescadores.

El rablé de albur con gurumelos también se podría denominar de forma conceptual “reducciones”. Tratado el pescado en su conjunto como si fuera una pieza de caza. A partir de aquí entraríamos en un una línea donde la suculencia alcanza cotas muy elevadas. Sobresaliente.

El guiso de morena con sus torreznos recibe el adecuado nombre de melosidades. Tras la primera degustación los labios se quedan pegados, de forma que uno se los humedece y vuelve a degustar. Unos callos marinos crujientes que alcanzan esa densidad debido al colágeno que extrae de la raya y otros pescados. Un bocado largo, probablemente eterno, de esos que permanecen en la memoria. De 10.

Aponiente adquirió en subasta una de las prensas del desaparecido restaurante Can Fabes. Se utiliza para triturar los interiores de un choco. Posteriormente esta esencia se mezcla con jugo de espinas, armagnac y mantequilla que acompañan una especie de sashimi de choco. Fusionando de nuevo Cádiz con esa base francesa y dando protagonismo a la excelente sala. A medida que voy escribiendo estas líneas, me viene una palabra a la cabeza, que no puedo dejar de compartir: Frandiz. Gracias Sacha, contigo empezó todo. Euskadiz.

Gustativamente el final es el comienzo. De la “carmela de choco” a este choco a la presa. La tinta y el calamar como principio y fin.

Los postres son cada vez más representativos. En este caso y con gran criterio, no se empuja el viaje al mar y éste desaparece. El primer bocado es un trampantojo en forma de ojo de pez de sabor ácido. Los postres representan la ruta de los vinos de Jerez hacia el Reino Unido. El Puerto de Santa María, Oporto y Escocia. El primero compuesto de limón, albaricoque y especias morunas. Crescendo hacia Portugal con cerezas, café y pomelo que nos hace viajar desde los ácidos a los amargos y dulces. Sin duda el más acertado de los tres, el nombrado como barricas que cohesiona whisky y chocolate ahumado. Verdaderamente recuerda a su nombre destacando esa mezcla ahumada, amarga y dulce. Se sube mucho el nivel.

La memoria a largo plazo ha sido completada con degustaciones como la carmela negra, el pastrami marino, la sopa fría de medusas, el cocktail de galeras, el rablé de albur y las melosidades de la morena. Composiciones suculentas, intensas que llenan el paladar tanto se requieren paréntesis sápidos a lo largo del extenso menú. Así tienen espacio platos como la ensalada de arbustos salinos y cañaillas, la sopa fría o la caballa encevichada que se proclaman necesarios y placenteros.

Juan Ruiz combinó también Francia con Cádiz. Champagne y Sherry. De nuevo Frandiz. Gutierrez Colosía, Bruno Paillard, Maruja de Bodegas Juan Piñero, La Kika, un extra-brut Millesime 2005 Robert Fleury que como diría un amigo “es un avión”, un palo cortado de Cruz Vieja, Tintilla de Rota y uno de los mejores vinos dulces de este país, el “Pedro Ximénez Viejísimo” del Maestro Sierra.

Otro amigo también presente me comenta que sin límites no hay arte. Puede que la frase resulte exagerada pero cierta razón tiene. La gran cualidad y mérito de Aponiente es su auténtica singularidad, sus básicas restricciones. Hacer lo que hace con lo que lo hace. Se cocina desde el sentimiento de amor de Angel al mar que está por encima de consideraciones de producto o similares. Su esencia puede ser al mismo tiempo su límite o quizás nuestro desconocimiento del mar sea tan grande que la línea de Aponiente sea infinita. ¿Quién sabe?

Aponiente: Uno de los mejores restaurantes para el mundo.

Post completo y fotos en http://www.complicidadgastronomica.es/2016/06/aponiente/

  1. #1

    Pibe2000es

    Definitivamente parece haber unanimidad en relación a Aponiente. También en relación a Noor... no he podido ir a ninguno (eso de vivir tan lejos lo complica todo), pero definitivamente los tengo en la lista de "temas" pendientes.

    Sólo una pregunta: al ver tus calificaciones de comida, me sorprendo con el 10 en Noor, y el 8.5 en Aponiente... Mejor el primero?, gracias a algo en concreto?...

    Un abrazo!

    Y gracias por tus magníficos posts.

  2. #2

    Isaac Agüero

    en respuesta a Pibe2000es
    Ver mensaje de Pibe2000es

    Hola,

    Ya sabes la limitación de la puntuación en Verema. En el plato para mi Noor está un poco por encima. Sala y bodega Aponiente se impone. Los dos entornos son muy especiales, aunque en el caso de Aponiente es más espectacular, más grandioso en el Molino de MAreas.
    HAy que pensar que Aponiente es un lugar único en cuanto a sus ingredientes. Siempre estamos hablando de pescados, la mayoría de ellos "no nobles" (Aunque en este aspecto habría mucho que discutir)

  3. #3

    Abreunvinito

    Gran disfrute y estupenda crónica.
    Saludos

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