Muy, muy curioso.

Muy logrado el nombre de "Taller".
Tiene ese aire de taller en la conjunción imposible de estilos que se observan en la decoración del local (ladrillo, alicatado, pintura con una especie de estucado a brochazos, cortinas granates semitransparentes, cuadros de diversa índole), los manteles como de la abuela (en cada mesa uno distinto), la carta de vinos en una especie de papel de estraza de esos con los que envolvían hace años la carne o el pescado y escrita a mano y a boli, lámparas y plafones de alguno de los cuales cuelga una muñeca de trapo...
No sabría si catalogarlo como bar, restaurante, casa de comidas, mesón....tiene de todo un poco.
Espacio muy ajustado pero curiosamente no incomoda. Sí lo hacen las sillas, las típicas de madera y mimbre de toda la vida.
El caso es que no se come nada mal. Trabajan bien las especias y los aceites aromatizados, sirven buenas cantidades y en general presentan platos bien conformados.
Me gustaron tanto la Trufa de morcilla con mermelada de cebolla como los Huevos de codorniz con patatas a lo pobre y jamón de pato.
Carta de vinos apañada y servicio del mismo nulo aunque hay que destacar, y por eso les subo la puntuación en el apartado correspondiente, que sin preguntarnos nada, como nos había sobrado un poco de Estrecho, nos sacaron una bolsita ad hoc y nos lo entregarosn para que nos lo lleváramos a casa. Muy de agradecer.
Trato cordial.

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