Me apetecía mucho visitiar este restaurante, con una estrella michelin, y

Me apetecía mucho visitiar este restaurante, con una estrella michelin, y el resultado fue un pelin agridulce. El entorno es impecable, muy tranquilo, decoración clásica de lujo, mantelería de hilo almidonada, muy bien. La carta es muy apetecible y los precios no son disparatados comparado con Madrid, con un menu de degustación por 55 €. La carta de vinos era amplia y para todos los bolsillos. Ahora bien, hubo un déficit grande en el servicio, lo cual empezamos a notar desde que pedimos el vino; pedí que me recomendaran un vino extremeño, y casi se encogen de hombros. La comanda la tomó el chef, un buen detalle, pero durante el resto de la comida toda la sala estuvo atendida sólo por 2 personas, lo que hace inevitable un montón de descuidos que no deben ocurrir cuando pagas 55 € por persona, p. ej. se olvidaron las golosinas finales, o el vino nos lo servimos nosotros mismos porque no estaban mucho por nuestra mesa.

La comida era rica, aunque la ensalada con torta de casar sólo llevaba queso y lechuga, y los aperitivos de entrada se limitaron a una mini sopa de calabaza. Los segundos fueron estupendos, como el cochinillo asado delicioso, pero no llevaba ninguna guarnición o salsa más.

Los postres son dignos de mención, en particular un souffle de chocolate maravilloso.

Disfrutamos de una buena comida, pero faltaron esos detalles que marcan la diferencia y te hacen sentir que estás en un lugar especial.

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