Precioso rincón

LLegando por estrechas calles peatonales y con una entrada convencional, no esperas encontrarte con un lugar tan grande ni tan amplio ni tan bonito.
Al entrar está la barra a mano derecha y ya en el interior, el comedor ocupa el espacio central, con un par de intimistas y acogedores rincones. Las paredes de ladrillo antiguo,lámparas y tapices, y las mesas de mosaico con motivos árabes así como la vajilla (aunque hecha en china, es lo que tiene la globalización). La verdad es que el restaurante es una preciosidad. Lo único que desentona es un enorme televisor en la pared que da a la cocina.
Para comer pedimos: ensalada marroquí, canónigos con roquefort y pasas, normalita;
pisto, muy cocinado pero no tamizado y con aromas de comino, muy bueno; cuscús de ternera con el caldo aparte con una curiosa cuchara de madera, pero con la carne algo fibrosa, bueno;
tajine de pollo sólo correcto,con escaso sabor a pesar del acompañamiento;
Las raciones generosas, por lo que ofrecen tuper para llevar como así hicimos. El servicio muy amable y eficaz. En la carta sólo aparecen vinos marroquís, no nos atrevimos y acabamos bebiendo 2 botellas de vino blanco turbio bastante agradable en vasos pequeños (la mesa de al lado, con copas, bebió un cabernet-merlot marroquí y decían que estaba bueno).
Ofrecen para terminar un sabroso té y unos dulces muy buenos por cortesía de la casa. La clientela en general ese día era gente muy joven.
Quizás la cocina no es tan sabrosa como en dukala ni tan casera como e en el zakarías de russafa, pero el bonito local bien merece una visita, sobre todo en pareja.

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