El 27 de febrero paseando por Sevilla descubrimos el restaurante Santo y dado que el precio no nos pareció excesivo (tartar de sepia: 14, solomillo de ternera: 25 y rape a la plancha: 25)decidimos entrar a cenar y descansar de un día de turismo y compras.
No nos pusieron objeción por no tener reserva pero el trato que recibimos, distó mucho del trato que ofrecieron a los comensales que más tarde fueron llegando.
Nuestra mesa estaba al final del restaurante, junto al guardarropa y mesa de trabajo de los camareros.Al preguntar por la posibilidad de cambiar a una mesa que estubiese en la zona de comedor, nos dijeron que estaban todas reservadas pero al marcharnos, a las 23.30, aun había varias mesas sin ocupar.
No nos guardaron los abrigos como al resto de clientes. Ni tan solo se nos ofreció carta de vinos. Dimos por hecho que no tenían hasta que vimos que las otras mesas sí disponían de ella.
Entiendo que muchos locales exijan un mínimo de etiqueta, pero no lo consideré un restaurante de esa categoría y creo que unos vaqueros y camisa, que era nuestro atuendo, era más que aceptable.
En cualquier caso, hubiese preferido que me dijeran que estaba todo reservado a que me pusieran a cenar en una mesa escondida.
El restaurante es bonito y la comida estaba bastante bien pero lamentablemente, el trato fue pésimo y no volveré.