No recuerdo haberme reído tanto en un restaurante como ese día. Eramos dos

No recuerdo haberme reído tanto en un restaurante como ese día. Eramos dos comensales y el compañero no era muy proclive a la cocina minimalista y novedosa que se propone. Así, entre el ambiente poco iluminado y ultramoderno del establecimiento, los intrincados salones despoblados de público (3 o 4 mesas ocupadas en total), las inesperadas por silenciosas apariciones del metre que nos explicaba de forma poco inteligible lo que traían del Menú Festival (muy completo, por cierto), las impagables actuaciones de algunos de los camareros, que por ser excesivamente atentos resultaban cómicos, y las reacciones del compañero, me reí cosa bárbara.

La comida es innovadora, atrevida y en ocasiones hasta buena. El servicio de vino, francamente mejorable, también constituyó uno de los grandes momentos hilarantes de la tarde.Teniendo en cuenta que me alargaron la vida unos 4 o 5 años, el precio fue correcto (unos 130 los dos).

Yo pienso volver, pero más por motivos propios que por la experiencia culinaria que es, a grandes trazos, una copia de los que puedes comer en Racó d’en Freixa y tantos otros.

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