Local descrito en anteriores opiniones, por lo que paso directamente a nuestra experiencia. Llegamos con un poco de adelanto sobre la hora de la reserva, pero no nos pusieron pegas para acceder al comedor sin espera. Nos suministraron las cartas y para amenizar la elección nos pusieron cortesía de la casa una porción de pastel de pescado con pimientos y unas tostaditas para untarlo. Agradable comienzo.
De la carta elegimos:
Como postre compartimos una tarta de queso al horno con frutos rojos (5,50€), que afortunadamente estaban a un lado y no por encima, lo cual permitía disfrutar de la tarta con o sin ellos. Resultona. Un par de cafés con hielo completaron la refección.
La carta de vinos es amplia y no excesivamente inflada. Decidimos darle una oportunidad a los vinos de la tierra y elegimos un Casona Micaela 2018, blanco con un 70% de albariño y un 30% de riesling (15€). Agradable, aunque tampoco nos cautivó demasiado.
El servicio quizás desentona un poco con el aire moderno del local. Camareros "de toda la vida", que conocen bien el oficio pero que por ejemplo, para abrir el vino lo hacen también al estilo "tradicional", dándole una cuantas vueltas y meneos a la botella.
En resumen, comida tradicional y en un entorno agradable. Lástima que apenas tenga fotos, porque la batería de mi móvil estaba en las últimas.
Arroz negro con maganos de Suances
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