Local sorprendente, en el corazón del Born, decorado con una originalidad

Local sorprendente, en el corazón del Born, decorado con una originalidad que roza el barroquismo sin, afortunadamente, alcanzarlo. Iluminación muy cuidada. Mantelería inexistente (tapetes de plástico de diseño, pero servilletas de tela, eso sí), cubertería perfecto, cristalería Riedel. En general, los platos desconciertan más que sorprenden. En el sentido de que plantean sabores contundentes y redondos, no ensamblados, sino con un fondo y forma único. No hay contraste dentro de los platos, no hay matices, vamos. Sólo en el solomillo de canguro, por las dos salsas usadas, y en el tatín de plátanos con sorbete de piña y canela, en concepto de temperatura, se puede deleitar uno un poco. La ensalada de espinacas y uvas también merece ser nombrada. La verdad, el tono general de la comida fue que a los siete platos que probamos les faltaba gancho, por así decirlo. Servicio del vino muy bueno (descorche, temperatura, etc.), adecuado al precio del local (no te vacían la botella en la copa cada X, afortunadamente. Sí lo hacen si es de cubitera, claro). En general, servicio bueno y atento pero desigual, algunos camareros mucho más profesionales que otros. Pan mejorable. Precio: 55/pax con vino (25. x1,5). Nunca entenderé por qué hay sitios como este que no tienen menú degustación.

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