Entono el mea culpa y casi me tiro de los pelos por no haber visitado antes La Cuina de Boro. Sin lugar a dudas, un restaurantes que hay tener muy en cuenta y elevarlo a ese podio de los grandes de Valencia. No tiene estrella de ningún neumático, posiblemente sea desconocido para los no residentes en Valencia, pero es, sin lugar a dudas, otro de los grandes desconocidos.
Tal vez la localización de local no sea la más idónea para los que viven en el centro de Valencia, pues se encuentra algo apartado. Pero a los que vivimos en los pueblos colindantes, casi nos viene mejor no meternos en el meollo de la ciudad, además la zona tiene bastantes plazas de aparcamiento por la noche.
El local es amplio, decoración clásica con cómodas de madera, lámparas de araña de cristal.... No es la decoración que más me gusta, pero es un lugar elegante, amplio y donde te sientes realmente cómodo.
Pasaré a describir el menú que tomamos. Menú pactado para realización de una cata que consistió en ajo blanco con carpaccio de carabinero. Empezamos con artillería pesada, pues me pareció un plato de 10. Pero a la vez me da miedo empezar tan tan bien, pues se crean expectativas muy altas. Continuamos con una coca de sardina ahumada, tomate confitado y caviar de Lagavulin, y de nuevo gran acierto, pues el me pareció un plato exquisito, con una sardina de gran calidad y ese toque de puro humo del Lagavulin. Combinación acertada y conjunto de sabores y texturas memorable. Titaina de atún rojo con huevo a baja temperatura y crujiente de pan de especias. Siendo un enamorado de los platos con huevo, suelo ponerles bastantes peros a estos platos... Pero cuando no los hay, no los hay y punto. Muy rica la titaina y el huevo en perfecto punto de cocción. Estos platos además tienen un valor añadidos de mis raíces, de las raíces de la cocina valenciana y de los platos que siempre se han comido en casa. Lo difícil es hacer que un plato tan típico y tan interiorizado, llegue a hacernos recordar ese sabor a casa. Seta rellena trufada, una seta rellena con carne picada y un punto trufado muy rico. Parece ser una especialidad de la casa y, aunque me pareció un escalón por debajo del resto de platos, es un plato muy rico.
Y ahora la apuesta arriesgada, porque hacerle comer a un valenciano arroz por la noche es casi una provocación. Personalmente, me horroriza cuando veo a los turistas a las 7 de la tarde con la paella sobre la mesa... Sin embargo, el arroz estaba muy rico, con el punto picante que tiene que tener un all-i-pebre, el sabor de la anguila y todos los matices que yo pido a este plato. Muy bueno, aunque alguien se quejó de un punto de exceso de sal, cosa que no me suele pasar, pues me gusta ese puntito de más en los arroces, lo que llamamos el arroz sentidet. Al último plato llegué por lo pelos, y porque la ración que me tocó era más comedida que la que tenían otros de mis acompañantes: cochinillo con confitura de frutos secos y cítricos. Y es que cuando se elabora un cochinillo a baja cocción, cuidado y bien cocinado, el resultado no puede ser otro. El postre consistió en un plato con tres preparaciones: canutillo de piña natural rellenos de mousse de coco (ligero y fresco), cremoso de
chocolate y té (para los amantes del chocolate puro) y nube de Halls (más técnico y divertido que rico, pero muy interesante).
El servicio del vino fue siempre excepcional. Maite se encargo de descorchar, envinar, servir el vino y cuidarnos en cada momento. Un servicio perfecto del que no puedo poner ningún pero. Las copas son de calidad y me faltó ver la carta de vinos. Aun así no puedo resistirme a poner un 10 en este apartado.
Como tomamos un menú degustación y los vinos llevamos nosotros, no pongo precio en la caja para no desvirtuar la media.