Local amplio y luminoso, tiene la bodega a la vista nada mas entrar y, en una zona alta, un par de saloncitos privados. Mesas bien separadas, mantelería, coperío, etc. de buena calidad.
Unas cervezas y una manzanilla y pasamos a tomar menú degustación: primero nos traen un aperitivo de la casa que es una ensladita de pulpo que no resultó ser gran cosa, Luego una coca de sal con sardina y huevo de codorniz, cebolla y pimiento. Ingredientes resultones que hacen un bocado muy sabroso aunque la coca estaba muy dura. Milhojas de verduras fantástico, crujiente de morcilla de Burgos con habitas tiernas y cebolla caramelizada muy buena con ración muy pequeñita, arroz meloso de pollo y conejo sabrosísimo (diversidad de opiniones al respecto en la mesa), entrega de bonito con cebolla y tomillo que se apoderaba algo del sabor general del plato y rabo de toro correcto.
De postres canutillo de piña natural relleno de Mouse de coco muy ricos acompañado de un Tokaji Disznoko 5 puntoyos y luego un pastelito de chocolate fantástico con un PX Toro Albalá. Cafés, pacharan Baines y whiskies Bruichladdich y Talisker.
El vino. Aquí es donde destaca, a mi juicio, el restaurante, en su sommelier Maite. Mujer muy seria, nos fue aconsejando en función de los gustos de la mesa, dando un servicio del vino ejemplar, con explicaciones, temperatura, envinado, cambio de copas, etc. La carta de vinos, confeccionada por ella, evidentemente es una carta estupenda. Tomamos un Muro Bujanda y un Gran Tábula 2003.
Reconozco que en cuanto a la comida y tras los comentarios leídos, esperaba mas; unos platos mejor que otros, todo estaba bueno, pero no aprecié ese punto que marca la diferencia. El precio me pareció algo elevado.