Segunda visita, tras una dilatada ausencia, a este restaurante de la Ciudad Ducal. En esta ocasión acudimos mi pareja y yo a comer, eran las 3 de la tarde de un calurosísimo día pero una vez nos sentamos y pedimos un par de cervezas la cosa comenzó a mejorar. Obsequio de unas papas con las cervezas y vistazo a la carta. Deconozco si se ofrece menú degustación a mediodía, del mismo modo que -según me pareció ver- se ofrece para las cenas. En cualquier caso, ante la atractiva oferta de platos, solicité que nos sacaran un poco de todo al centro, de modo que pudiéramos seguir conociendo la cocina del lugar de forma más o menos amplia.
Los platos fueron elegidos en función del vino que, previo asesoramiento, escogimos. Se trataba de un riesling aleman marcadamente afrutado, muy sabroso al paladar y de paso cremoso. Como mi dominio del alemán se limita a la palabra "Volkswagen", no os puedo concretar el nombre del caldo, así que al Sr. Rubén me remito. La botella seleccionada de entre varias propuestas hechas por éste, ilustrándonos debidamente sobre las características de cada vino, fue mostrada y abierta ante nosotros. Temperatura fetén. Tras envinar las copas Rona en las que fue servido, lo dio a probar y posteriormente lo retiró al mostrador, siempre a la vista, para evitar "saturación mesil". Contínuamente el servicio estuvo pendiente de que no nos faltara vino en las copas, rellenándolas sin tener que pedirlo. Creo que son suficientes detalles como para destacar el mimo y el buen trato al vino que se profesa en este restaurante.
En cuanto a la manduca en sí, comenzamos con una ensalada de queso de cabra muy bien montada. Digo montada porque todos y cada uno de los ingredientes de la misma, desde el jamón ibérico a tiras, pasando por el espectacular mezclum de lechugas y otros brotes, los frutos secos, el aliñado y el queso de cabra ligeramente rebozado, se entremezclaban de forma excelente. Así, ningún bocado queda huérfano de alguno de ellos. Esto no es lo habitual en la mayoría de restaurantes, donde es posible que el más listo de la mesa engulla lo "gracioso de la ensalda" y a otros nos toque comernos únicamente lo verde. Es un detalle que me gustó mucho. Tras la ensalada, contundente pese a la naturaleza del plato, pasamos a un cuarteto de buñuelos de bacalao cuyas virtudes y bondades han sido loadas en anteriores comentarios. Muy, muy buenos; textura consistente y materia prima real, nada que ver con los buñuelos de acidez/ardor que sirven en la mayoría de sitios... Continuamos con unas verduritas en tempura, acompañadas de dos salsas (soja y una que nunca recuerdo, ligeramente picante). También se colaron un par de langostinos despistados que fueron de agradecer. En este plato el maridaje resultó francamente espectacular. Tras la tempura pasamos a un rollito partido en dos, relleno de verduras y langostinos. Fue un plato de transición que cumplió su función, pues la cocción fue correcta y el sabor suave a la par que interesante. Acabó la parte salada de la comida con un plato de soberbios huevos rotos, con un jamón excelente como monarca y unas patatas en su punto como pueblo llano. A estas alturas mi novia estaba bastante llena y tuve que "hacer un sacrificio" para acabar con gran parte del plato. El maridaje rayó nuevamente a gran nivel, posibilitando bocados únicos donde se fusionaba lo comido y lo bebido. Ché, muy bueno!!
Como observaréis, el improvisado menú tuvo algunos guiños a la cocina oriental, pero sin olvidar la inclusión de platos que siempre cumplen y, a los que todavía pensamos con la cabeza y no con la cartera, nos enternecen el corazón. Y hablando de enternecer el corazón, la inocente pregunta hecha tras los mentados huevos rotos "de postre preferís chocolate o algo más ligero?" -que huelga responder- desembocó en la preparación de un soberbio coulant de chocolate acompañado de helado de coco para el que mi novia sacó su segundo estómago, y que puso el broche de oro a esta visita. Realmente un detalle ponerse a preparar un postre de estas características siendo casi las 5 de la tarde. Una pasada de postre.
Respecto al ritmo del servicio de platos, muy bueno. El pan, creo que de una afamada pastelería/panadería de la ciudad, idem. Cafés como Dios/Alá/Yavéh/La Providencia/Nadie manda. Invitación a estos últimos y al botellín de agua.
Solo haré una observación, un pequeño tocamiento genital que en absoluto empañó el disfrute de la comida, que fue prácticamente perfecta. Desde donde yo estaba sentado se podía ver, bajo la zona del largo acolchado que sirve de asiento a los comensales de la zona de la pared, algunas cajas de plástico de las que sirven para depositar las botellas vacías de refrescos para su recogida y demás... Como tuve una breve charla con Rubén, que me reconoció no sé cómo, y hablamos de la necesidad de sinceridad y críticas constructivas en el sector, me permito el lujo de recomenarles que cubran ese hueco con algún tipo de placa, tela, cortinilla, etc. Puesto que el local, cuco como él solo, lo agradecería (en mi humilde y lega opinión).
Y sin más, aquí queda el testimonio de mi segunda visita a Vins i Més, que de seguro no será la última por el trato al vino y al cliente, la calidad de la cocina y del producto, la brutal RCP y lo a gusto me sentí en un día en el que parecía que había amenaza de bomba nuclear en Gandía City.
Saludos.