Situado en el centro de Aranda del Duero, en la calle peatonal que le de el nombre al local. Decoración típica castellana, conserva en el techo la viga del lagar y las mesas están realizadas con trillos, los elementos decorativos denotan falta de conservación y mantenimiento, no están cuidados.
Dispone de barra y unas cuantas mesas, comedor al fondo de la barra y otro comedor en la planta superior. También en el sótano tiene una bodega subterránea. La vajilla normalita. El servicio antipático, sólo atendían a requerimiento insistente del cliente, de mala gana y a veces de mala manera. Nos sentamos en una mesa de las circundantes a la barra y no nos limpiaron la mesa, ni siquiera tras nuestra petición, al final nos la tuvimos que limpiar como pudimos nosotros con algunas servilletas.
La carta de vinos amplia, organizada por tipos, centrada en los tintos y focalizada en los de Ribera del Duero. También ofrecen su propio vino, que no estaba nada mal. Así mismo ofertan vinos por copas. La cristalería bastante decente, los vinos por copas se sirven a temperatura correcta, a pesar que están en un cubo no refrigerado.
Nuestra mala experiencia fue para cenar: patatas bravas, plato de jamón ibérico, de queso de oveja y vaca y surtido de diez tapas (todas ellas con gran cantidad de mayonesa, lo que las enmascaraba y hacía muy parecidas), catorce cañas y cuatro copas del tinto de la casa, todo ello por 66.80 euros para seis comensales. Afortunadamente no teníamos demasiada hambre, ya que la falta de limpieza del local y la desidia de los camareros, no invitaba a pedir mucho más. Todo lo comido resulto ser bastante mediocre.
No sé si fue una mala casualidad, o simplemente un mal día, pero después de la mala experiencia, no repetiremos si volvemos a estar por la zona.