Después de un largo periodo sin visitar este entrañable restaurante en la Cañada, y comprobar que nada ha cambiado, ni para bien, ni para mal, reservo para comer el domingo, pactando previamente un menú con Tomas.
La gente debe saber que Tomas, ademas de ser el cocinero/propietario, es un tipo serio y cumplidor, amante de lo que hace.
De manera que el menú pactado sufre una ligereza variación, pero a mejor, y todo resulta como cabía de esperar, maridando platos y vinos en su justa medida, que es como ofrece inicialmente el menú, por cierto a 25€, cafés e infusiones a parte. Como curiosidad y realmente extraño, el pan no entra en el menú y se cobra aparte.
Entrante de croqueta de pollo, sepia ( que siendo cinco comensales, ofrece 4), mejillones excelentemente cocinados, un arroz caldoso de bogavante y un insuperable postre como es Goxua, de lo mejor que he tomado en años fuera del Pais Vasco.
El restaurante esta ubicado en un antiguo chalet sesentero, pegado prácticamente a la vía de tren, por suerte nos sientan en una mesa "recogida" y con cierto aire privativo, no es exactamente un salón cerrado, pero casi, lo cual es de agradecer, así que una mesa redonda que siempre es confortable, una buena compañía y una buena chimenea ( hoy hacia 8*, lluvia sin cesar), nos hacen disfrutar de una muy buena comida.
Buen servicio de mesa, atento y correcto, no se como se desenvolverán con el restaurante lleno, por desgracia solo dos mesas ocupadas.
Mantelería y cristalería impecables, las sillas muy cómodas con respaldo como y reposabrazos, estupendas butacas!
Un lugar recomendable en la zona, mas si estas allí.
Saludos