De cuento!!

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La Solana

Moisés subió al Sinaí y volvió con las tablas de la Ley tras echar la partida con Yahvé. Alejandro Magno trepó al Hindu Kush y, al otro lado, enfiló con decisión a la conquista de la India. Un lluvioso domingo de marzo no queda sino orientar el coche La Aparecida arriba en busca de la Revelación, el Nirvana, Eldorado, el cielo prometido o, si todo esto falla, La Solana, que de momento parece no moverse de su sitio al borde del valle.

Al lado del restaurante hay un bar, con esa acogedora pinta de bar de toda la vida que hace que el cliente se quiera quedar ahí más que en casa, en el que uno puede tomar un tentempié antes de enfrentarse a la comida. La severa vecindad del santuario, que podría ser un aviso contra excesos de todo tipo, parece amigable y hospitalaria con un vaso en la mano. A decir verdad, sosteniendo un vaso uno siente que nada malo puede ocurrir y parece hallar ese centro de gravedad permanente que cantaba Battiato, aunque resulte ser un centro que se mueve bastante, que a menudo desafía la gravedad y que se revela bastante temporal (unas horas, en concreto). Pero divago.

Entramos al restaurante y nos correspondió un asiento en ese lateral desde el que se ve la falda del monte, con las vacas y las yeguas paciendo al fondo. Llovía y dentro hacía bien de calor, lo que siempre da un gustico adicional. Como hacía años que yo no había ido a La Solana, pedimos el menú para probar un poco de todo. Se nos avisó de que el mismo no tenía inventario fijo de platos y que estaba sujeto al capricho del chef, lo que nos pareció muy bien. En primer lugar llegó la “degustación de pan”, tres panes distintos para que probásemos y eligiésemos con cuál(es) acompañar la comida. Había un rico pan rústico, un trozo de pan con aceite y otro, el que más me gustó, con frutos, llamado “pan vitamínico”. Fuimos alternando los tres en rondas sucesivas.

Y empezó el desfile de comida. Como entrantes, aterrizaron en la mesa un cuenquito de foie caramelizado con gel de avellana (muy rico) y, atención, páusa dramática y redoble de tambores, “La Mejor Croqueta del Mundo 2017”. No es conveniente meterse en polémicas croquetescas, asunto más peliagudo que insultar al dios de alguien, pues todo el mundo tiene una madre/tía/loquesea que hace la mejor croqueta de la galaxia, por no decir de esta dimensión (yo mismo tengo una en mente), pero los tres comensales estuvimos de acuerdo en que la líquida croqueta que nos sirvieron estaba suave y sabrosa, aunque lamentamos que no hubiese una docena para cada uno, por eso de captar bien los matices.

Llegó el menú y llegó fuerte con un bocadillo vegetal de codorniz que constaba de una jugosa carne envuelta en un par de hojas de lechuga a modo de pan de bocata y, encima, un huevo de codorniz. Una verdadera delicia. A continuación, nos enfrentamos en combate (muy) desigual contra una ostra a la plancha con crema de maíz dulce y cilantro. Tenía el sabor justo a mar para que los que no somos muy partidarios de ese gusto asintiésemos de satisfacción con la cabeza y la mirada perdida en el horizonte (el que se tenga la boca llena impide, por suerte, que uno se ponga a hablar solo, rematando la imagen de loco peligroso). Acto seguido tuvimos delante un calamar cortado en forma de raviolis y (estupendamente) acompañado por ñoquis y un sabrosísimo pesto (insisto: esta salsa estaba riconuda, como dirían en Los Simpson), lo que precedió a unas colmenillas a la carbonara y trufa que no nos emocionaron, no porque estuviesen malas, sino porque nos dimos cuenta de que somos poco seteros. Hablaba Tolkien de la pasión de los hobbits por las setas (no sabemos si se basó en los vascos para esto), pero en el segmento de la Cantabria oriental representado por nuestra mesa levantan pocos furores.

Esto fue compensado con creces (harto compensado, con muchas creces) por el plato ulterior: panceta fresca adobada con cola de cigala a la plancha y aire de soja. A primera vista, pareciera que mezclar lo mejor de los dos mundos, el terrestre y el acuático, daría lugar a un engendro contra natura (como combinar chocolate y cocido montañés, por ejemplo, el equivalente culinario del Chupacabras). ¡Y sin embargo! La crepitante panceta, lo más parecido que tenemos al maná que el Señor envió a los israelitas en el desierto (si no es lo mismo), conjunta a la perfección con la más delicada cigala, dejándonos en un estado de shock, entusiasmo, soponcio, vahído y ¡Bautista, las sales! del que nos resistimos a salir.

No quiero desmerecer al siempre digno bocarte en bosque marino, pero le tocó salir en un puesto ingrato, detrás de un primera fila. Resaltaré el fino rebozado que llevaba. Continuamos con el pescado merced a un salmonete de roca con meunière de sus cabezas y gambas, cuyo toque sedoso contrastaba con el más robusto del pichón de Aráiz en dos cocciones, con fideos udon y puré de apionabo. La ligereza del pescado y el perdigonazo de la caza.

Aquí terminaba el menú pero nos vinimos arriba y pedimos otra plato para terminar de llenarnos, lo que al primer bocado nos dimos cuenta de que fue un exceso. El bonus fue nada menos que un cochinillo confitado y manzana en tres texturas, riquísimo pero que cayó en un paladar ya algo abotargado por alimento en demasía. Con este panorama, nos costó comer incluso las gominolas que venían de postre (fresquísima la de sabor de gintonic) y no digamos ya el refrescante tarro roto de yogurt, con fresas, su compota y helado de galleta, plato que suliveyará a todos los amantes de esa fruta pero que me temo que, por la gula anterior, no supimos aprovechar del todo.

En el apartado del bebercio, mis amigos eligieron un Billecart-Salmon, brebaje que deseché tras un sorbo (de nuevo: ¡las burbujas solo son buenas en la Coca-Cola!). Tras pedir una cerveza, el camarero me ofreció La Mejor Cerveza del Mundo 2015–2016 (en serio), la Gastro, que llegó en una botella de 3/4 de litro. Afrutada y suave, es una recomendable cerveza artesanal, pero (y ya sé que este pero invalidará todo lo anterior; me da igual) no tan rica como la litrona de Mahou Clásica. Cumplió su cometido dignamente, no me entiendan mal, pero uno es de gustos plebeyos. Un copazo de scotch y un café solo pusieron broche de oro al asunto.

En resumen, un viaje que hay que hacer: La Solana ofrece una comida memorable y más si uno va en la mejor compañía.

  1. #1

    Miguelbc

    Decir que la crónica ha sido escrita por mi amigo Álvaro Quintana!

  2. #2

    Pjbejar

    en respuesta a Miguelbc
    Ver mensaje de Miguelbc

    Buena crónica. Pasaremos por alto el comentario de las burbujas 😂 😂😂 (la cerveza también lleva carbónico ;-) ).

  3. #3

    Gastiola

    Estupendo lugar, estupendo restaurante, estupenda comida. Dile a tu amigo que los "plebeyos" difícilmente pueden irse a comer a Solana, desgraciadamente tienen que comer en su casa. No sabe lo que se pierde pero tú se lo puedes contar. Esas "burbujas" están muy ricas.

  4. #4

    Miguelbc

    en respuesta a Gastiola
    Ver mensaje de Gastiola

    No es que esten ricas, es que son de otra galaxia!!

  5. #5

    Obiwan Ferran

    en respuesta a Miguelbc
    Ver mensaje de Miguelbc

    Pues dale la enhorabuena al señor Quintana, que se ha currado un comentario excelente. Ya me parecía que no era tu estilo y no me cuadraba tampoco el comentario del champagne, que tú sí que eres de burbujitas ;-)
    Saludos!

    Ferran

  6. #6

    oscar4435

    en respuesta a Miguelbc
    Ver mensaje de Miguelbc

    Ya decía yo , tu eres mas directo y breve , que bien de las dos maneras , ojito.

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