Local de decoración ecléctica predominantemente rústica con dos comedores

Local de decoración ecléctica predominantemente rústica con dos comedores.

La carta está compuesta por 20 aperitivos y entrantes, unos siete tipos de arroces, seis o siete elaboraciones de carne, otras tantas de pescado y unos cuantos postres, todos ellos caseros. La vajilla es aceptable aunque no destacable y la cubertería mediocre. El servicio es atento y dispuesto, aunque poco profesional, nos tomó nota la camarera, en lugar de la jefa de sala.

La carta de vinos es inexistente, te invitan a levantarte y elegir de entre las estanterías la referencia que consideres oportuna. Algunos de los vinos se conservan en armario climatizador. La cristalería sin ser de marca constatable, era de cristal fino y de forma adecuada. El servicio del vino es, como la carta, inexistente.

Tomamos: bitter, unas cervezas, con frutos secos y jamón ibérico de bellota (bien cortado) con unas tostadas de pan en aceite de oliva y tomate. Seguidamente un estupendo arroz caldoso de langosta que maridamos con un novedoso Vallblanca 2005 (coupage de Macabeo y Sauvignon blanc). De postre: flan de huevo casero (tal vez el mejor y enorme de tamaño), tiramisú y flan de turrón. Todo ello por 40 € comensal

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