Es de agradecer que Malvasía haya optado por un modelo de restaurante que si es normal encontrar en urbes, en ésta zona de veraneo del Mar Menor no existe.
Hablo de un cierto restaurante de estética limpia, con una carta de vinos cuidada y amplia y una cocina pretendidamente actual. Y ahí es básicamente donde radica su desconcertante propuesta.
Si tenemos que decir que de los variados platos probados lo mejor fue un entrecôte de ternera vuelta y vuelta con unas pésimas y blandas patatas fritas, que sin estar sabroso era lo más salvable de la cena, queda expresado el turbador sentido de la cocina.
Para comenzar, y como ofrecimiento de la casa, unos crespillo, masa de empanada, acompañado con dos tarritos, uno de guacamole, de color desvaído y tirando hacia lo grisáceo, y otro de tomate con hierbas.
No acabo de entender esa manía de no ofrecer la carta para que el cliente pueda elegir libremente, y el empeño por cantar los platos de viva voz, y no poder ver el precio de lo que uno va a comer. Será una forma de acercamiento que suele acabar en alejamiento y desconfianza.
Para comenzar la cena una ensalada de mariscos con vinagreta de verduritas resultó, pese a un mezclum de calidad, pero que estaba absolutamente humedecido por el aliño, un desagradable inicio.
Mariscos extra cocidos con un aroma y un sabor a viejos que llamaba la atención al haber sido ofrecidos como algo digno.
Las sardinas marinadas pecaban de una acidez alta y notas saladas excesivas.
El sashimi de atún no aportaba sabor, y el color amarronado del pescado no hablaba principalmente de su frescura.
Una coca, que en nada se acercaba al concepto de coca mediterránea, rellena de berenjena y trufa de verano. Con una masa con mucha mantequilla y una salsa de queso que hacía del plato una propuesta más de invierno que de noche de verano.
Unas alcachofas de bote (no se avisa al comensal de este detalle), que no tendría porqué ser negativo, pero si se está tratando de hacer una cocina de mercado, con productos “frescos”, parece que tiene poco sentido el ofrecer un plato así, sobre todo si se venden como “extraordinarias”. Pasadas por plancha con una salsa cargada de nata y fondo de carne. Inexplicable y sin ni ninguna gracia, apenas probadas, apenas dejadas en el plato.
El plato de entrecôte ya mencionado.
Una degustación de quesos, manchego, parmesano y roquefort, fueron el final de la cena que pasó con más penas que glorias.
Los vinos bebidos fueron un Champagne Lamandier (40 €), el albariño Frore de Carme, que al no estar en la carta de vinos y ser aconsejado, pregunté el precio y dijo el propietario que nos los podía dejar a 30€, con lo que nos hizo pensar que si no llegamos a preguntar hubieran podido cobrar lo que quisieran y desde luego algo más de esos 30€ de favor. Un Regajal 2006 (18€), y un Calzás jumillano (30€).
Ninguno de los asistentes a esa cena salió contento, tal vez porque no todo es el ambiente de maderas y líneas puras, ni los nombres grandilocuentes apostillados con adjetivos calificativos a todas luces desproporcionados. La cocina con sentimientos suele tener más fondo, y sobre todo más sabor.
De la primera visita hecha hace un tiempo a ésta segunda queda el mismo regusto, no hay ideas claras en la cocina. Sí en el negocio.