Comida para ocho comensales (cuatro adultos y cuatro no tanto) en una bonita terraza y con una temperatura muy agradable.
Los adultos optamos por un menú llamado de fomento de la cocina asturiana formado por los siguientes platos: croquetas de jamón (dos por persona), crepes rellenos de (bastante) centollo con una salsa de marisco por encima (uno por comensal), bacalao dos salsas (tomate y pil-pil) y cachopo individual con patatas fritas a las que les sobraba sal. A destacar la calidad del bacalao y la ternura del cachopo. Como colofón una selección de postres compuesta por tarta fina de manzana (algo pasada de horno), brownie (muy rico) y tocinillo de cielo (muy rico también).
Los otros cuatro comensales tomaron fabada tres de ellos y un escalope el más peque. De postre, helados (dos de avellana y uno de vainilla) y mousse de dos chocolates. Probé la fabada y me pareció excelente tanto la legumbre como el compango.
Nos acompañaron con cambio de copas Riedel un par de vinos (16 € cada uno) de la DOP Cangas que defraudaron un poco: Monasterio de Corias Viña Grandiella 2018 (albarín blanco) y Monasterio de Corias Finca Los Frailes 2017 (albarín tinto, mencía, carrasquín y verdejo tinto). Al blanco le faltaba chispa tanto en nariz como en boca y el tinto, algo mejor, tenía una acidez demasiado marcada.
Servicio profesional y correcto.