Una de cal y otra de arena...

Visitamos nuestro entrañable Viridiana, no deja de haber sido desde siempre nuestro restaurante favorito en Madrid, mi mujer y el que escribe, primera visita a solas desde que nos estrenamos como padres hace ya más de ocho años. También había tenido la suerte de haberlo visitado también a principios de Octubre, esto es poco más de un mes antes, y, tal y como explicaré a continuación, fueron dos experiencias bien distintas.

Empiezo con nuestra cena, noche de sábado, justo la anterior a las pasadas elecciones generales. El local se acabó llenando por completo, no sé si porque algunos querían celebrar lo que iba a pasar por adelantado o por si otros querían disfrutar hasta el último momento. Incluso varias personas permanecieron esperando tanto en la escalera como en la barra durante buena parte del tiempo que permanecimos allí.

Ciertamente, me sorprendió tanto la elevada afluencia como que pareciera que admitían segundos turnos. No creo que sea propio de un lugar como este tanto bullicio continuo que, finalmente se acaba trasladando al cliente y al personal de servicio en forma de tensión e incomodidad.

Hablando de comida, que es lo que interesa en estos casos, tengo que decir que en esta ocasión me desilusionó. Pocos platos fuera de carta, no como las otras veces, menos de las que hubiera querido, que he tenido la suerte de visitar este establecimiento, nueva carta que encontré impersonal y que ahora se reduce a una hoja de cartulina con, creo yo, menos platos en cada apartado. En resumen, en su aspecto más propia de un VIP'S que de un negocio como este. De hecho, cuando hoy escribo este comentario sólo logro recordar nítidamente el salmorejo con el que nos obsequiaron como aperitivo.

Servicio de vino justito, botellas a precios al menos doblados. Como anécdota negativa dos parejas que cenaban junto a nosotros pidieron un Valbuena 5º, pero tuvieron que conformarse con un Alión porque, a pesar de que también para Abrahám el mundo sea un viñedo, se habían quedado sin existencias...

Salí con la impresión de que Abraham García se encontraba lejos de su nivel anterior, llamémoslo acomodo, exceso de indulgencia, indiferencia o, no quiero pensarlo, máxima rentabilidad a corto plazo, mas aún cuando lo había visitado con un buen amigo a principios de Octubre y fue muy distinto, aunque en esa ocasión se trataba de un martes a mediodía, local mediado y entonces sí salí bastante satisfecho, sobre todo por esas frutas del bosque con mascarpone al amaretto que Abraham improvisó sobre la marcha.

Un día flojo lo tiene cualquiera, aunque a prácticamente 100 Euros por cabeza, los errores se disculpan con mucha dificultad, más aún en los tiempos que corren.

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