Chuleta excepcional

Había leído en las reseñas previas alguna que otra reserva hacia la carne servida en el Gandarias y tengo que decir que mi experiencia fue casi apoteósica: nos sirvieron una de las mejores chuletas que he comido en los últimos años. Quizás fue suerte, quizás es la tónica general, eso no lo sé. Pero es que además tuve la sensación de que comimos excepcionalmente por un precio muy comedido (nuevamente tengo que recordar el contraste con el Casa Rufo bilbaíno, donde la carne no fue ni tan buena ni tan abundante y desde luego mucho más cara). Para cuatro: de entrantes para compartir, unas guindillas verdes fritas, unas zizas de primavera (setas) salteadas y unas anchoas fritas; y luego, dos hermosas chuletas de un kilo cada una, sacadas en su perfecto punto acompañadas de buenas patatas fritas. Para beber un magnun de Fernández de Piérola crianza, bien servido en copas Riedel. Por cierto, aunque sin especificación de añadas, la carta de vinos es excepcional, fantástica para un restaurante de este tipo (y seguramente mucho más surtida que otras de mayor copete). Hubo solo un postre (torrija con helado), cuatro cafés, dos P.X. y dos orujos. Todo por 167 euros (o sea, poco más de 40 por barba). ¿Qué más se puede pedir cuando te acabas de cepillar la mejor chuleta de la ciudad? El servicio simpático y superprofesional. Así que satisfacción total que me reconcilia con este local en el que hace años había tenido la sensación de que me tomaban el pelo (y que además suele estar petado de guiris, algo que a los algo prejuiciosos donostiarras a veces nos induce a desconfiar).

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