La buena salud de quien cuida su trabajo

Dice un buen amigo que hoy en día los locales que poseen una estrella Michelin la pelean mucho.
Domingo. Cuatro mesas contando la nuestra. 10 comensales. Cierto dolor por ver que un local así debería estar más lleno. Pero la realidad es esta.
Entre las propuestas que ofrece la casa tres menús. Uno con arroz, otro que llama tradición y otro más amplio: 35, 50 y 78 euros.
Nos decantamos por el menú medio, es decir el que cinco platos y dos postres. Que además lleva algunos aperitivos y convierte la visita en una fiesta.
la cocina que practica Miguel está apegada al territorio. No trata de asombrar ni repartir fuegos fatuos. Honestidad, buen producto. Todo el la línea de no querer sorprender demasiado al comensal.
Si del primer aperitivo nos decepcionó la parte líquida, un melífluo bloody mary, con un sabroso mejillón, repleto de mar y de textura, no huno ningún plato más que bajara el listón.
Verduras de la zona bien trabajadas, de la flor de calabacín con requesón, a la berenjena asada.
Magnífico el tomate de colgar con sardina de bota. Hay que evidenciar el territorio con gestos sencillos pero de profundo calado. Y la yema con verduritas y tocino. Igual que el estratosférico calamar con pelota. Me gustó ese concepto de una pelota roja en su interior, con una salsita potente que hubiera merecido más presencia.
Hay dos detalles que me hacen pensar que Miguel es un cocinero que dedica su tiempo a que sus platos hablen del tiempo que dedica a la cocina. Por una parte el canelón, y la delicada tarta de calabaza. Dos platos que podrías parecer insignificantes, pero que hablan de atención, de cuidado, de valorizar las pequeñas cosas que nos ha dejado la tradición y la alta cocina sabe acercarse con humildad y paciencia.
Un servicio atento, que hace que el cliente disfrute de la generosidad de la casa.
Encontré poca atención, en la carta de vinos, por las nuevas ofertas que se están produciendo en las zonas cercanas, tanto en Teruel, como tarragona, como Valencia o el propio Castellón. Porque si hay una buena oferta de quesos de las sierras cercanas, y un aceite que habla de la calidad del producto que tiene ésta tierra, debería haber un búsqueda del esfuerzo que muchos viticultores próximos están poniendo en marcha en sus territorios.
Sabrosa la cerveza italiana (Isaac)que bebimos al inicio de la comida. Así como la mistela que acompañó los postres.
El camino elegido por Cal Paradis no es el de la complicación, sino el de contemplar el entorno y sacar sus lecciones. Además no hay producto caro, y en esto la inteligencia de la cocina hace brillar las propuestas que coloca sobre la mesas.
Muy generosa la casa en su oferta de vinos por copas, desde un magnífico Casta Diva seco a Tremp, un merlot de la zona, o un Abadía de Retuerta
Buen pan y olvidables algunos objetos de la decoración del salón. Valoramos la gastronomía, la estética debería ser menos de escaparate de gran almacén.

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