Atraidos por su reciente nominación como el cuarto mejor restaurante del mundo, la polémica por la no concesión de la tercera esterlla michelin y la creciente repercusión mediática de Andoni Adúriz acudimos a Mugaritz. Situación privilegiada entre montes que no supone un obstáculo por la minuciosidad de las explicaciones del personal al hacer la reserva. Local de decoración rústica modernizada, con personal muy atento.
Elegimos el menú largo, perfectamente descrito (con alguna variación) en el comentario anterior, por lo que no lo repetiré. La impresión general fue buena, aunque dista mucho de ser una "experiencia religiosa" como ocurre en otros locales. La comida no destacaba ni por presentación (más bien discreta, tirando a gris), ni por el exotismo de las materias primas, ni por la reinvención del recetario tradicional, ni por la fusión cultural, ni por el riesgo y la innovación. Todo muy rico, pero nada que enamorase. Para mi gusto le falta ese "no sé qué" que hace que recuerdes una comida como algo realmente especial.
Tomamos un blanco de Granada, de uva muscat cuyo nombre no recuerdo (soy de la facción gastronómica, no enológica, lo siento), recomendado por el sumiller, que acompañó perfectamente.