Muy cerquita de Atocha, nos llevaron a tomar un vino a esta entrañable taberna típica madrileña... y casi acabamos comiendo.
Entorno delicioso, con una entrada pintoresca: madera pintada en azul, creo recordar, cartel en rojo, y dos mosaicos costumbristas a cada lado.
Ya dentro, seguimos con el mismo estilo, destacando los altos techos.
Estuvimos todo el tiempo en la barra, y fue un deleite. Tomamos 5 blancos distintos, no recuerdo todos, pero el dueño nos abría lo que queríamos. Éramos 5, y nos ponía por copas lo que deseáramos. Blanquitos navarros, tinerfeños, castellanos, gallegos, catalanes... Buenos vinos, bien seleccionados y servidos en más que aceptables copas.
Claro, todos esos blancos había que acompañarlos: croquetas de queso azul, croquetas de bacalao, sardinas ahumadas, jamón, queso, ventresca, canapés varios... Todo muy rico.
Nos atendió el propio dueño. El hombre estaba comiendo en una mesa junto a la barra y se levantaba cada vez que le mirábamos para descorcharnos una botella, recomendarnos otra... Se agradece esa profesionalidad.
Muy recomendable, al menos en barra que es donde yo estuve. Un sitio con tipismo, buen vino y buenas viandas.