Si antes de la pandemia era importante la terraza, ahora se nos hace poco menos que imprescindible. Así que recordando la visita anterior y aunque alguno ha ido sólo por su cuenta más de una vez (y sin avisarnos), repetimos visita con reserva previa que se hace necesaria porque la terraza (no el interior) se llena siempre y repiten mesas, incluso después de las 10 h.
Los tres habituales para el esmorzaret y esta vez todos con el bocadillo de media barra (no porque la vez pasada la barra entera se nos hiciera larga, sino por exceso de precaución). El pan sigue igual de bueno, los cacahuetes igual de escasos y de malos, bien las aceitunas; el relleno de los panes también notable. Esta vez vamos al vino con gaseosa, siendo vino innominado y puesto en jarritas. Todo según la ortodoxia que manda la cultura del almuerzo popular desde hace lustros.
Lo que tomamos:
. sangre con cebolla: me gustó tanto la otra vez y no es una opción siempre presente, así que a ello. Muy bien hecha, buena cantidad de cebolla bien guisada.
. patatas a lo pobre, bacon y huevo frito: con una presencia arrolladora y todos sus elementos bien elaboradas. Recomendable.
. tortilla de patatas con anchoas: referido como bueno, aunque para mi gusto por la tortilla (y más en bocadillo) va por estar menos cocida. Rematada con 4 buenas anchoas.
Quisimos rematar con los cremaets pero llegamos tarde. Parece que preparan la base, a falta del café, y cuando se acaba pues se ha acabado, y como nosotros somos de ir más bien tarde... Sustituimos por carajillos que, aunque no es lo mismo, acabamos repitiendo para alargar la sobremesa viendo que ya había sitios libres.
El servicio siempre cercano y eficiente; además el dueño, a quien no se le caen los anillos por limpiar las mesas, es un buen colaborador de la lucha contra el cáncer. Un motivo más para acudir a almorzar y ayudar en tiempos de crisis.