Cena clasificable como de empresa, o sea que menú cerrado. 15 personas, nos colocan en el reservado. Primer gran fallo: poner una mesa de tres metros de ancho, aquello parecía la Conferencia de Yalta, imposible hablar con los comensales de enfrente si no era a gritos.

Entrantes: lo único agradable, unos rollitos de salmón ahumado con algo nada memorable, pero bueno, y la mini sartén de patatas y huevos de codorniz, eso sí nada del otro jueves. El resto, un continuo desatino: croquetas con tanta bechamel que era imposible saber de qué eran; tortitas de camarones quemadas o requemadas; y una "tempura de verduras" en la que la variedad brillaba por su ausencia (únicamente pimiento y calabacín) y también faltaba la tempura. El ABC de la tempura dice que el rebozado ha de ser liviano, y aquello era más bien una masa orly consistente y muy hecha.

Platos principales: carrillada de ibérico con parmentier de patata de la que no tengo nada que decir porque no probé, pero a la que no se le oyeron buenas críticas. Y para los que cometimos el error de pedir pescado, bacalao. Horrible. Dos minitrozos de bacalao nadando en un líquido negro, supuestamente tinta de calamar, con una brunoise de pimientos de colores. A la vista ya no llamaba la atención, pero lo más imperdonable fue que el bacalao estuviera seco, hasta un nivel casi improbable en un pescado fresco. Se quedó en el plato tras el primer bocado.

Postre: nada memorable, pero bueno, aunque excesivamente empalagoso.

En resumen, no me vuelven a ver.

Comida de trabajo la primera vez que estaba,restaurante elegante con buena separacion de mesas servicio mas que correcto y carta de vinos a juego con el local.Comimos unos entrantes al centro,y a destacar sobre todo el pedazo de arroz de langosta que nos metimos entre pecho y espalda,puede ser uno de los mejores que me he comido nunca.
Tomamos un Enrique Mendoza Chardonnay, no comento precio porque no pagaba yo. Un verdadero lujo.