A pesar de estar abierto desde hace ya unos años y de la atracción que siento por la comida oriental, no se había presentado la ocasión de visitarlo hasta el día de ayer. Por “circunstancias ajenas a la organización” este fin de semana no nos había dado ninguna alegría gastronómica y, llegada la noche del domingo, había hambre y ganas de sentarse a la mesa. Allá que nos fuimos.

Situado en la concurrida carretera de Les Marines y al mismísimo lado de una archifamosa cadena yanqui de hamburgueserías, el local se ciñe a la típica estampa de restaurante oriental: luminoso cutre en el exterior, mobiliario de madera oscura y piel en el interior, ornamentos típicos, música anodina… El personal es muy agradable, un pelín más occidentalizado de lo habitual en los woks de la zona, en cuanto a conocimientos del idioma, modo de actuar y de dirigirse al cliente, etc.

Se nos da a elegir entre la mesa convencional o la mesa con plancha. Nos venimos arriba y nos vamos a la mesa con cocina integrada. Tiene forma de U y puede alojar un buen número de comensales. En ella oficia un cocinero que ya está sirviendo a otros clientes de un modo que combina maestría y espectáculo al 50%. Hay destreza, horas de entrenamiento, sin duda, pero también malabares innecesarios. Por lo que observo en la familia que se sienta ante nosotros, show muy apropiado para niños, que lo están pasando pipa, y para introducirles disimuladamente en el mundo de la cocina oriental.

Estuvimos tomando:

- Nigiris de salmón y atún.
- Uramakis de salmón y aguacate.
- Tataki de atún.
- Tallarines de ternera
- Arroz frito con gambas.
- Pato.

La comida estuvo rica. El sushi destaca por la frescura del pescado y el punto perfecto en el arroz. Piezas bien prensadas que se toman fácilmente con los palillos. La cocina caliente está rica, pero no enamora. Es bueno ver el producto antes de la elaboración y ver como lo preparan ante ti a diferencia de los restaurantes chinos de los noventa, pero, por el precio que pagamos y las sensaciones que vivimos, tampoco difiere tanto de los buffet orientales que proliferan en la zona.

Tomamos cervezas Sapporo y agua para acompañar y unos cafés para terminar. Insistir en que la comida estuvo bien y en el comportamiento cercano, pero no empalagoso ni intrusivo, del servicio. Buen ritmo en la salida de los platos, sin prisa, pero sin pausa. La próxima vez, en caso de haberla, nos sentaremos en la mesa normal una vez sabedores de las pericias y habilidades de Bruce, el cocinero que estuvo preparando nuestros platos calientes.