Después de su paso por La Moraleja, El Plantio y Marbella, retorna a Madrid otro miembro destacado de la saga de los Oyarbide. Parece que el destino haya querido compensar la ausencia del querido Iñaqui con la llegada de Carlos.

Se ha instalado en el local que antaño ocupara el ecuatoriano Paralelo Cero, restaurante que a pesar de sus buenas intenciones, no llego a cuajar en demasía entre la afición, a pesar de que el que escribe, nunca saliera defraudado de su calidad en las muchas visitas realizadas.

Cambio al local, total, solo recuerda al anterior por las dimensiones, el cambio es radical, hay que verlo.

Elegancia, distinción, paredes que lucen su colección privada de arte, mesas muy bien vestidas, vajilla y cristalería de calidad. Servicio de sala, numeroso, profesional, cuidando el detalle.

Un primer espacio a la entrada destinado a bar, y a propuestas mas informales y ya al fondo el espacio gastronómico. Si bien, ha creado un tercer y mas reducido espacio a modo de comedor semi privado, donde se exhibe su biblioteca gastronómica.

La cocina que ofrece, de base navarra, es tradicional, sencilla pero actualizada. Fundamentada en el buen producto.

Bodega a la vista, no tienen confeccionada la carta definitiva, se ofrece escrita a mano, con precios no excesivos. Destaca la poca presencia, de momento, de vinos blancos, de ellos, nos decantamos por un vinazo para un día especial, un Remirez de Ganuza del 2014. Cumplió su cometido con creces, un vinazo.

En el apartado comercio, funciona con menú de degustación (49€) o con carta. De esta ultima opción, nos hemos decantado, en esta primera visita, por probar aquellos platos que han aportado a este chef su justa fama.

Comenzamos con las chistorras, a modo de aperitivo, un clásico que no puede faltar en un restaurante de este estilo.

Croquetas semiliquidas de leche de oveja latxa, con picadillo y brotes de espinacas. Impresionantes, crujientes por fuera, melosas en su interior. Hay que probarlas (se sirven por unidades)

Huevo a baja temperatura, con menestra de verduras, y cebolla crujiente y brócoli. Plato sencillo, - aparentemente-, de una suavidad exquisita. No me extraña su fama.

Bacalao al ajoarriero con centollo. No podía faltar el bacalao en nuestra comanda. He de decir, que hasta a mi, que no soy precisamente un fan de este pescado, me ha gustado. Tremendo.

Merluza de pincho confitada en vinagreta caliente de manzana, corujas y pimientos de cristal pilpileados. Otro de sus afamados platos, y no me extraña, vaya calidad de merluza y vaya contraste de sabores. Hay que probarla.

Cuajada casera con leche de oveja latxa y pailletes glaseados. Llama la atención la presentación, en un tarro de cristal, el hecho de no ser fría como la que se acostumbra a servir y el sabor, sabe a leche y no a producto industrial. Quiero mas.

Panchineta. Buen producto, aunque no he encontrado tantas diferencias respecto a las ofrecidas en otros lugares.

Cafes con hielo, ponen punto final a esta primera visita a este lugar, que por cocina, emho, puede convertirse en el mejor representante de la cocina navarra en la capital. Tiene a su favor, el local, la decoración, la cocina, la sala y un nivel de precios no excesivos.

Puede dar mucho que hablar.