Llegada de Utrecht, duchita en el hotel y… nos volvimos a duchar, pues nos jarreó en el trayecto a pie, se nos empapó y petó el móvil que es donde teníamos los datos, no encontrábamos el restaurante… ¡Tensión en las gradas! En principio eran 15 minutos y llevábamos ya como 40 vagando errabundos y meditabundos. Nos dábamos ya la vuelta abatidos, afligidos y chipiados pero salió ese orgullo patrio y dije: “Llego al pu... restaurante por mis...”. Y llegamos. No teníamos mesa porque no conseguimos contactar con ellos para reservar, estaba hasta arriba (“ay madre, a ver si ahora, con lo que nos ha costado…) pero como llegamos tan tarde, tuvimos la chamba de que una mesa de dos estaba pagando y, tras consultar con el chef, nos aceptaron.
Está en Noordemarkt, junto a un canal, cómo no, y lo que ves desde fuera es una gran cristalera sin cortinas con un rótulo encima con el nombre, con cada letra del mismo en un color y una posición en placas de metacrilato, tapadas por una parra virgen. Mola.
Y con ese concepto tan holandés, tan calvinista, de exhibición sin pudor, con la gente cenando dentro totalmente expuesta a la vista de los viandantes y viceversa.
Nos pusieron pegaditos al citado ventanal. La espalda calada… Con el primer vinito, ya no me acordé de ella.
El lugar tiene su aquél. Es un poco destartalado, con luces cenitales de viejos tubos fosforescentes blancos, sin manteles en las mesas (eso sí, con su pequeña velita), paredes solo decoradas por un forro ondulante verdoso… Pero ambientazo, risas, buen rollo, burguesía amsterdamesa de todas las edades, la mayoría de la nuestra, pero los había bastante más mayores y más jóvenes, ahora, todos burgueses de allá.
El servicio se lo curra, es gente implicada, sobre todo el jefe de sala, que incluso salió un par de veces a decir a grupos de jóvenes que estaban fumando en la calle junto al ventanal que por favor se desplazaran hacia un lado.
Nos tomó nota el citado responsable, un tipo que ya peinaba canas, afable, se sentó a nuestro lado en una repisita que había para intentar comunicarnos su propuesta. Tienen una pequeña carta y 4 menús que varían solo por su extensión y el postre (dulce o quesos). Optamos por uno que eran tres platos y quesos.
• Paté de la casa
• Carpaccio de atún con jengibre, calabacín y ensaladilla de pescado blanco
• Corzo con setas, achicoria y puré de calabaza
• Tabla de quesos franceses y holandeses
La presentación de los platos carece de gracia, no le prestan mucho interés al tema. De sabor andan bastante mejor: estaba todo muy rico. Nada nuevo bajo el cielo, pero muy rico. Toquecillos muy de allá, como el jengibre en la ensalada de atún, la achicoria con el corzo, una calabaza muy poco dulce… Bien, cenamos bien, destacando ese corzo casi sangrante con fondo intenso y los quesos, omnipresentes desde que entras con el nutrido carrito de aquí p'allá.
Para beber, mi pareja se decantó por la cerveza, así que pedí vino por copas, tenían 6 o 7 cositas interesantes… Así, bebí un Schneider Weiler 2013 de Baden (Alemania), un blanc de noir de pinot noir que me encantó, debe tratarse de un vino económico pero de verdad que me envolvió el paladar con cierto peso y llenó de frescura, luego un Musset-Roullier 2012, un discreto gamay de Anjou (Francia) con una livianidad aparente que luego no era tal, y con los quesos dos oportos de la misma casa pero de diferente añada: Kopke Colheita 1995 el primero y 1975 el segundo. Y tan ricamente, oye.
Me encantó conocer este restaurante, un lugar al que nunca hubiera ido si no hubiera sido por el impagable consejo un gran sumiller holandés pareja de una gran cocinera valenciana… ;-)
Vaya, ya veo que yo no puedo ir. Yo de Burgos tengo poco. :-)
Corzos veo muchos días pero no es un plato que me apasione, aunque he comido chorizo del "susodicho" y estaba riquísimo. El queso de la cuchara... ¿qué es lo que es?.
Lo que me ha gustado más ha sido el precio por persona, es "mi favorito". :-) Un abrazote.
Jeje, sí, llevaba un montón de recomendaciones en la mochila...
Además del tema de la luz (que podían salvar con cortinas que se abrieran por el día y cerrarán por la noche) yo creo que aquí entra en juego ese modo de ser calvinista tan arraigado de vida ejemplar, verdad desnuda, nada que esconder...
Porque de noche, luces de dentro encendidas, apagadas las de fuera... Parecía un escaparate.
Me pateé Ámsterdam de arriba a abajo, y es lo que más me sorprendió, la exposición de la gente en la intimidad de sus casas a las miradas ajenas. Hubo momentos que fue un auténtico ejercicio de voyeurismo
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