Restaurante Asador Chili en Santoña
Restaurante Asador Chili
País:
España
Provincia:
Localidad:
Dirección:
Tipo de cocina:
Vino por copas:
Precio desde:
20,00 €
(precio más bajo introducido por un usuario)
Nota de cata PRECIO MEDIO:
20 €
Nota de cata VALORACIÓN MEDIA:
4.0
Servicio del vino SERVICIO DEL VINO
1.0
Comida COMIDA
4.0
Precio medio entorno ENTORNO
7.0
RCP CALIDAD-PRECIO
3.0
Opiniones de Asador Chili
OPINIONES
2

Leo con verdadero gusto el comentario anterior y veo, con disgusto, que la recomendación hecha ha sido obviada durante estos 3 años siguientes.
Nuestra visita a este paraíso de la brasa basta tuvo lugar el pasado sábado, previa reserva a las 10 y paso al comedor media hora después. Como éramos bastantes, la brillante idea de la acomodadora fue colocarnos en dos mesas separadas, con dos...
A los diez minutos nos traen los platos, vasos y cubiertos para el autoservicio. Un muchacho nos toma nota de la comanda: los clásicos jibiones, sardinas, ensaladas, rabas, bonito y unos pimientos para abrir boca. Simple, no?
Pues parece que era sábado negro, porque fue una velada desastrosa.
Iremos por partes. De la carta de vinos, la mitad de los que pedimos se habían esfumado (de un total de 14 o 16 de distintas denominaciones). Al final, el rosado de Mtz ALesanco, que curiosamente fue lo mejor de la cena.
Jibiones de tamaño microscópico en bañera de aceite, sardinas destrozadas y alguna medio cruda, rabas francamente mejorables y pimientos... bien para ser chinos.
Alguien echará de menos el juicio del bonito, nosotros también, pues después de haber acabado con todo lo anterior el camarero viene y nos suelta que se les ha acabado el bonito. Vaya ojo, muchacho. Pues lubina. También acabada. Sólo nos queda rodaballo. A la pregunta de si nos respetaria el precio del bonito, puesto que había sido error suyo, el susodicho nos dice que eso ni soñarlo. Aquí acabó la cena. 20 euros por cabeza por cuatro pinchos y tres vinos, literalmente.
Lo que más nos cabreo, aparte de haber visto pasar raciones de bonito a otras mesas que llegaron con posterioridad, fue que al marcharnos los camareros prestaban a cenar... varias ruedas de... bonito, del que ya no habia media hora antes.
El Chili, evidentemente ha pasado a engrosar la larga lista de restaurantes (?)
donde los felinos han cortado el paso a los lepóridos.

Estuvimos Mila, un amigo mio y un servidor cenando aquí el sabado y esta es la crónica que mí amigo ha decidido escribir. A mi modo de ver, espectacular!!!

Firma como El vengador enmascarado, o Flánagan, o algo así.

La decadencia nunca duerme y hace falta un trabajo constante para curar sus embestidas: hay que pintar las paredes de vez en cuando, cambiar los electrodomésticos, revisar el coche o aventurarse a la caza de los pelos de la nariz. Los restaurantes no se libran de esa puesta a punto, incluso más urgente en su caso: cada día hay que atender a mil detalles para que el cliente salga contento y vuelva o lo recomiende a sus amigos. En el caso del Chili, mítico restaurante de Santoña, podemos decir que ha decaído al nivel de soltero con afición a la cerveza en ayunas, que no se afeita y nunca tiene ropa limpia cuando se ducha, o viceversa. Se ha dejado.

El sábado por la noche estábamos ya sentados y carta en mano en La huerta de Sines, en Argoños, cuando el camarero nos informó de que no había sardinas. Íbamos con la sola intención de trasegar algunas docenas del bicho así que nos levantamos de la mesa (ya nos habían traído pan pero como no lo habíamos tocado nos fuimos sin tener que pedir la cuenta) y nos dirigimos a Santoña. Objetivo: el Chili.

Para los que no lo conozcan, el Chili es un restaurante tipo merendero, con sillas corridas dando espalda contra espalda con el de detrás, manteles de papel, penetrante olor a brasa y una carta de campaña, sin delirios culinarios. A priori, un baluarte de comida sencilla, rica y de chuparse los dedos, literalmente. Los antecedentes que conocíamos eran contradictorios: yo estuve hace muchos años (por las fechas en que España ganó el Mundial; no ha llovido) y guardo un buen recuerdo. Mucho rebañar la grasa del plato y rechupetear la sal de las sardinas que queda en los dedos. Sin embargo, otro de los comensales estuvo el año pasado y nos contó truculentas historias de jibiones que habían conocido días mejores y eran vendidos como frescos. Y cobrados como muy frescos. Pero ya estábamos sentados, teníamos hambre y aquí hemos venido a jugar.

La cosa ya empezó de aquella manera cuando una ojerosa y eficaz camarera nos tomó nota: dos raciones de sardinas, rabas, ventresca de bonito y pulpo. Para beber, dos cervezas y un vino. En esto llegaron las rabas y podemos decir que están lejos de colarse en el top 10 de rabas de la región. Creo que ven de lejos el top 100 con unos buenos prismáticos. Se podían comer y ya.

Luego llegó la ventresca acompañada de cebolla caramelizada y pimientos. Mejor que las rabas pero sin exagerar. Los acompañamientos le daban un poco de vidilla sin llegar a levantar del todo. Tirando a sosainas.

Lo cual fue un oasis en el que repostamos sin saber lo que venía después: un pulpo sobre una cama de patatas laminadas que parecían haber sido rebozadas en pura sal. Tras el primer bocado uno notaba cómo la tensión salía disparada y ganaba de lejos el Derby de Kentucky. Con el segundo, la lengua se dormía, las paredes de la boca se pelaban y se adivinaban efectos psicotrópicos. He comido paquetes de patatas fritas marca Acme con menos sal que ese pulpo, algo exagerado y que para mí fue lo peor de la cena (sin que el pulpo estuviese malo).

Estábamos lamiendo el fondo de los vasos cuando llegaron las codiciadas sardinas. Dos raciones apelotanadas en un plato de plástico. ¡Al ataque! Y la última decepción: estaban poco hechas. Les faltaba una vuelta más. La última bofetada de una cena inolvidable y no por buenas razones.

Tras este desolador paisaje después de la batalla, decidimos pasar del postre y pedir tres cafés y la cuenta. 70€ nos birlaron, un precio justo tras una comida bien hecha pero desproporcionado en relación al derribo que nos habían servido. Se me olvidaba: cuando llegamos había bastante gente y nos dieron una espera de 20 minutos que creo fueron menos. Estaba lleno pero no había una cola soviética para ser un sábado.

Uno se pregunta: ¿qué ha pasado? ¿Cómo un sitio de fama ha decaído así? Encuentro en Google una reseña del Comidista ponderando las virtudes del Chili, con fecha de 2011:

http://elcomidista.elpais.com/elcomidista/2011/08/19/articulo/1313730000_131373.html

Y vuelvo a lo que decía al comienzo: la dejadez. La pérdida de reflejos. El abaratamiento en lo fundamental: la comida. Porque pedir cuatro platos distintos y encontrar los cuatro mediocres, cuando no trágicos, se traduce en un suspenso rotundo y en la recomendación expresa de evitar el Chili. Háganlo por su presión arterial.

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