Un restaurante dónde el chef propone un único menú al comensal, dónde solo se permiten dos pases diarios (comida y cena), dónde todo el mundo debe acudir a una misma hora y, por si fuera poco, ubicado en el ático de una tienda de muebles de diseño: había que probar sí o sí.
Nos citamos con nuestros acompañantes media hora antes de empezar la cena, puesto que esta, estaba prevista irremediablemente a las 21:30 y queríamos refrescarnos con una cerveza en la terraza del local.
Al llegar, nos esperan en la puerta de entrada a la tienda y nos explican que podemos echar un vistazo a los muebles u obras de arte que reinan los diferentes espacios o, si lo preferimos, subir directamente al restaurante con el ascensor. Elegimos lo segundo pensando que al bajar veríamos la tienda, aunque si sales el último, esto está más difícil.
Una vez arriba, Bruno Ruíz, nos recibe y nos explica amablemente el peculiar funcionamiento de su cocina, que no deja de sorprender por su frescura y originalidad. Así que nos dejamos llevar y nos sentamos en la terraza a esperar divagando sobre comida y vino, no se puede pedir más. Llegado el momento, entramos a cenar.
El restaurante se divide en dos espacios y cuenta con una capacidad aproximada de 25 comensales. En ambos, encontramos artículos de decoración, dos cocinas (al más puro estilo “show cooking”). Teniendo en cuenta que todo cuanto utilizamos está en venta, podemos imaginar el estilo de nuestra mesa: amplia y redonda, de madera pintada en negro y perfecta y austeramente equipada. A nuestro lado, sin embargo, una mesa de mayor tamaño aunque misma forma, en esta ocasión en blanco. Todo cuidado al detalle y con el toque de excentricidad que esta experiencia requiere.
Una vez delimitados los espacios y, con la dificultad añadida de abstraerse del entorno, empezamos el menú degustación con los siguientes snacks:
En cada uno de estos snacks, al igual que durante todo el servicio, fue el propio Bruno quien se acercó a trasladarnos el proceso creativo y pedirnos nuestras impresiones. Un placer ser tratado así. Seguimos con el menú principal:
Todo esto, lo acompañamos con dos vinos de personalidades muy distintas. En primer lugar escogimos la forcallà de Antonia, un tinto mono varietal a base de forcallà, de la excelente mano de Rafael Cambra y con D.O. València. Un caldo con marcado paso por boca y un final largo en el que la fruta roja es protagonista. Acto seguido escogimos un clásico de la zona como Les Alcusses (D.O. València), elaborado en el celler del roure a base de syrah, merlot, cabernet y tempranillo.
Para finalizar, entramos en la parte dulce del menú, que, tal y como le dije a Bruno, en esta ocasión sí supone el broche de oro a una cena redonda:
Con todo ello, nos quedamos en la mesa hablando de gastronomía y sintiendo, de un modo egocéntrico, nuestro privilegio al tener un grandísimo nivel culinario en La Marina Alta. Bruno Ruíz, que ha pasado por algunas de las más grandes cocinas de este país, representa a la perfección a esa nueva hornada de jóvenes que con mucho talento, esfuerzo e imaginación que poco a poco va abriendo su propio camino y estilo. Sin dudarlo, el ático de Bruno entra en la lista de los mejores restaurantes de Dénia, que ya es decir.
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