Restaurante de un “Hostal de Montaña” ubicado en La Cueta, una pedanía del municipio de Cabrillanes que junto con San Emiliano forman la comarca de Babia (León), uno de los valles más bonitos que conozco.

La Cueta está arrrrrrrriba del todo, a casi 1.500 metros de altitud, donde termina la carretera. Es el punto más alto de la comarca, ahí nacen las fuentes que originan el río Sil. La población está muy recuperada, se ha invertido dinero, dando como resultado unas pintorescas vistas.

No esperaban a nadie ese día, un jueves tonto, y pillamos a toda la familia comiendo. Les dimos media horita -que nos vino muy bien para estirar las piernas y disfrutar de las callejuelas de La Cueta- y volvimos.

Sorpresa: entre tanto habían llegado comensales para dos mesas más, la dueña no salía de su asombro.

Se trata de un hostal-taberna-restaurante rústico, muy sencillo, con una agradable y recogida sala toda de madera.

La carta, basada en cocina tradicional de la comarca, era un folio plastificado, faltaba alguna cosita por la nula previsión de visitas que tenían para ese día.

Así nos apañamos:

• Ensalada. De lechuga, tomate y cebolla… de los de verdad. Hay que ver cómo la disfrutamos, lo que más.
• Lacón con pimientos. Buen lacón fue algún día, pero no éste, pues estaba seco como la mojama.
• Huevos de corral con picadillo. Uaaaa qué gozada. Los huevos, de miedo, y el picadillo (una especie de chorizo deshecho, picado) casi como en Soria de rico. Buen plato, de toma pan (brutal) y moja.
• Chuleta de vaca. Con lo que prometía…. ¡pinchazo! No valía nada.
• Tabla de quesos de cabra leonesa. Cuatro quesos de la misma quesería de un lugareño de Babia que emigró al Bierzo (normal, pimentón, pimienta y perejil ), más que aceptables.
• Tarta de queso casera. Rica.

Para beber tenían muy poquita cosa, pero entre ellas un interesantísimo prieto picudo rosado, Pardevalles 2013, muy muy rico, sin ese exceso de chuches que encontré en otros y con una excelente acidez. Me proporcionó unos muy buenos momenticos. El servicio del vino, como era de esperar, inexistente, pero al menos las copas eran dignas.

Trato familiar absoluto con los abuelos de la familia que sorprendimos comiendo como todoterrenos, atendiendo cocina y sala.

Una pena esos marcados altibajos ocasionados sin duda por lo imprevisto de nuestra visita, seguro que un fin de semana de temporada son mucho más regulares.