Local comentado por Dani C., a lo que añado que no es fácil de encontrar estando situado en la zona más alejada del centro de ese nuevo tinglado de estructura homogénea y sin anuncio del nombre hasta que llegas a la misma puerta por lo que puedes pasar de largo. Tiene un punto de elegancia extra en el ambiente del local, con unas mesas excelentemente vestidas; todo armonía. Conviene en la reserva pedir primera línea de mesa en la terraza, pues las vistas a la zona del Tajo casi en la desembocadura son muy espectaculares y hasta románticas. Ojo que hace algo de calor porque el aire acondicionado allí no llega, pero se está agradable si el día no aprieta mucho.
Dos para comer a medio día tras un largo paseo por el Castillo de San Jorge. Local a medio gas; la terraza llena y el interior menos de medio comedor ocupado. Buena carta de comidas y también de bebidas con diferentes opciones de vinos, mayoritariamente portugueses y por mucho que vayas a Gadhus, sigues conociendo poco de ellos. El servicio lento en general (culpa de la cocina seguramente) y en sala muy académico y atento.
De bienvenida como en casi todos los restaurantes portugueses, un aperitivo que en este caso, se sustituyó el habitual quesito por un paté muy de hígado, bueno pero difícil de asumir para la mayor parte de los comensales. Unas buenas aceitunas y la ración de mantequilla más que correcta de sabor. Un pan demasiado bueno para resistirse. Todo incluido en la factura con el concepto de cubierto y a 2.50€, que es un precio aceptable pero no me gustan las formas y un día probaré a rechazarlo a ver que pasa.
Entramos con media docena de ostras (ración) bien servidas en plato sobreelevado (¿para que lo vean los demás comensales?) con hielo. Curiosas ostras, de tonalidad verdosa pero sabor como toca: mar, puro mar, aunque menos poderosas que las gallegas y menos elegantes que las francesas; en cualquier caso buenas (12.50€). Después unos peixinhos da horta en témpura. Nos quedamos con la copla de peixinhos y nos sorprendieron con la horta pues eran verduras (judía verde) en témpura. Nos volvió a sorprender el sabor y lo bien que casa esta judía verde plana en una témpura, por otro lado, perfecta (8.50€).
De principal, no podía ser otra cosa que bacalhau fresco, hecho poco hervido, con aceite de oliva sobre una base de patatas paja trabadas con huevo y con una decoración con paté de aceituna negra. De sabor y textura extraordinarios (19€ cada ración).
Para postre un helado de dos bolas de mango (lo mejor) y guayaba (5€) servido en tulipa y el típico pastel de nata (o de Belem) con canela al gusto (mucha canela) que son para mí como una droga cada vez que estoy en Lisboa, pues todos los días tengo que comer alguno y aunque en el desayuno estaban... sucumbo a la tentación de tomar otro; estaba muy bueno (2€).
Para beber una de agua de medio litro Luso (2.75€) y el vino que me recomendaron de una terna propuesta: Fagote 2012 del Duero, un blanco muy clarito con presencia de cítricos y manzana y una buena acidez. Servido perfectamente y con relleno de copas ocasional y sin apretar en el consumo. No hubo cafés ni extras (chupitos..) ofrecidos por el local.
Cogimos el coche del amplio aparcamiento (de pago, pero barato) que hay en la zona justo antes del local) para ir al centro y pasar por casa Macario en la via Aurea y cerca de la plaza de Rossio, para volver a ver en el escaparate esos Oportos de principios del siglo XX con botellas por encima de las 4 cifras en euros, y donde te pueden aconsejar bien para comprar vinos para casa. Como resumen uno de los locales más elegantes de Lisboa, con un servicio muy digno y un plus añadido de las vistas. Un clásico que merece la pena.
Me extraña que este restaurante no esté en Verema, pues el Bica do Sapato es posiblemente el restaurante más famoso de la capital lusa. Tal vez por ser el local más cool de la ciudad, centro de encuentro de la gente más pudiente y la clase política, un espacio precioso con vistas al mar y ser John Malkovich uno de los miembros de la sociedad de este emblema gastronómico.
Apartado del centro de la ciudad, en primerísima línea de mar, pues es una especie de tinglado remozado del puerto, frente a la estación de Santa Apolonia encontramos este local moderno, amplio y de cuidada decoración. Muros de cristal combinados con acero y cemento visto, proyecciones en las paredes, una chimenea central preciosa, paredes forradas con botellas de Dom Perignon iluminadas y una terraza parcialmente abierta desde la que puedes ver el mar.
Tras consultar con los camareros y sin tener referencias previas optamos por el menú degustación. Por 25€ puedes optar por un entrante, un plato principal y postre. Fuera de menú pedimos unas ostras con una salsa picante bastante buenas, muy bien presentadas pero de un calibre algo pequeño.
De primero nos decantamos por una caballa escabechada que no me acabó de gustar, estaba demasiado seca, posiblemente un exceso de tiempo en vinagre que la había dejado dura. No obstante el sabor era bueno y la verdura que acompañaba el escabeche estaba bastante buena, por lo que no suspendo el plato, llegando incluso a pensar que tal vez la textura era la deseada por el cocinero...
De segundo tomé un confit de pato con risotto al azafrán y pasas, un poco ya harto de comer bacalao en todos los restaurantes de Lisboa. La decisión fue más que acertada pues el confit estaba realmente bueno, en su punto y el risotto estaba exquisito, con ese punto dulce de las pasas que tan bien le sientan a la grasa del pato y ese toque del azafrán tan rico.
El postre fue realmente decepcionante... Ante la escasa oferta me decanté por un helado de fresa que creía iba a ser algo especial, pero no fue así. Un helado bastante corriente presentado en una tulipa, algo muy demodé a la par que insulso y falto de imaginación, sólo hace falta ver la fotografía.
La carta de vinos es extensa, con referencias bastante interesantes y buen equilibrio entre vinos y blancos, lo que es difícil de ver en el España y se agradece, con esta cocina tan basada en el pescado, con especial atención en el bacalao. Copas de buena calidad y un servicio joven al que le falta algo de profesionalidad que suplen con las ganas de agradar al cliente y un servicio siempre atento a cualquier cosas que necesites.
Y ahora la eterna pregunta. ¿Merece la pena ir a Bica do Sapato? Pues yo diría que sí.
Primera porque es todo un espectáculo ver este tremendo restaurante, los cochazos aparcando en la puerta, los chóferes dejando a la clase alta de la ciudad y los hombres de negocios, las vistas al mar, el ambiente cool que se respira. Segunda porque no es excesivamente caro. Por 35€ cenamos viendo el mar, en este icono de la ciudad, mientras que en otros sitios de Lisboa comimos o cenamos por 20€ sin mucho mayor éxito y en un entorno muy distinto.
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