Lo mejor del hotel, indudablemente, es su ubicación: en Stare Mesto, prácticamente pegadito a la famosa “plaza del reloj” (Old Town Square), en una de esas callejuelas con tanta vida y encanto que desembocan en ella.

Se trata de un hotel muy peculiar. Al llegar a él, pese a dar una vuelta a la manzana, no encontrábamos el acceso. A un lado y al otro de ésta había dos entradas a un restaurante con el mismo nombre del hotel, con mesas en la terraza en ambas, comedor interior diferente, también en ambas... Al final resultó que se accede al hotel atravesando el restaurante, por una puerta o por la otra. ¿?

Llegas a una estancia interior con mucho encanto (este encanto que provoca en ocasiones la decadencia sostenida) que pareció haber sido en tiempos un teatro o similar, y ahí das con la recepción, o mini-recepción mejor dicho.

Nos tocó un piso tercero… sin ascensor.

Las habitaciones estaban bien, como corresponde a las de un buen edificio antiguo de los muchos que pueblan la zona correctamente rehabilitado, aunque un tanto "destartaladas". Espaciosas, techos altos, decoración clásica.

La nuestra daba a un amplio patio interior, resultando luminosa y tranquila.

El buffet del desayuno, muy normalito, en una zona pequeña y coqueta.

El servicio, no es el paradigma de la simpatía, pero una vez visto cómo es en general el servicio checo, éste era de lo mejor.

Se trata de una buena opción para el tipo de viajes por ciudades europeas que nosotros hacemos: mucho “tute”, levantarse pronto y acostarse tarde, con lo cual el disfrute del hotel es mínimo y la ubicación fundamental.

Para quienes les guste pasar más tiempo en el hotel y recrearse en él, que lo descarten.

En resumen: buen precio, encanto, excelente ubicación, y unos cuantos inconvenientes.