En el Pantalán buen atraque.

Ha sido una comida familiar, cuatro comensales, dos jóvenes y dos adultos.
Es la la reconversión de una antigua parrilla en un restaurante de cocina de autor. De apertura reciente.
El cocinero es Bruno Arrarte.
se encuentra en la zona de Puertochico, tiene un aparcamiento cercano (Castelar) que al salir al nivel de la calle ya nos tropezamos con telón de fondo de la Bahía, un pequeño paseo, y en una calle recoleta -anteriormente vivían fundamentalmente pescadores- donde hay numerosos restaurantes se encuentra El Pantalán.
La entrada está por resolver, el espacio disponible la convierte en un pasillo muy luminoso pero inhóspito.
El comedor está en la planta superior, techo bajo, no oprimente, se han empleado pinturas claras incluso en la viguería que cruza el techo, fotos de pantalanes bellas y serenas. Una ventana baja que da a la calle al fondo. Creo recordar 7-8 mesas, un poco comprimidas, nuevamente el aprovechamiento del espacio. Todas llenas. Mantel y servilletas de hilo (¡Bién!) adorno delicado sobre la mesa, dice Kipa de Zara Home, vajilla de Villeroy Bosch, Easy, que no por conocido su ajedrezado sigue siendo una correcta presentación, no quitando el interés de lo que contienen. Y la cristalería correcta (no intenté darles la vuelta para ver su origen).
Nos recibieron con un salmorejo con pan tostado, muy logrado, aceite de picual.
Fueron dos entrantes:
"Foie hecho en casa" sobre lecho de sobaos. El foie muy bien conseguido. El dulzor del sobao excesivo. Creo que no me lo podría terminar de ser el plato para mí solo.
"Verduras de temporada" pequeños fragmento, tratados con la mínima cocción, crujientes ¡Te comías la huerta!
Y un segundo plato para cada uno de nosotros:
"Lomos de bacalao", muy bien en su punto de desalado y sobre cama de setas ¿pudieran ser de pie azul? exquisitas.
"Atún rojo con salsa de soja" el pobre atún había tenido una sobredosis de soja. Una ración tan espléndida abotargada por el fruto de la dinastía Chou. Eso sí, estaba en su punto. Le acompañaban verduras a la parrilla excelentes.
"Lubina a la parrilla" Utilizan en muchos de sus platos la parrilla que dejó el propietario anterior. Muy bien.
"Entrecot con patatas" Lo siento soy carnívoro, en Castilla, en mi infancia, al pescado se le maltrataba friéndolo hasta la carbonización, le sumergían en salsas, purés, vamos lo destrozaban. Quizás todo era una tradición para esconder su precario estado tras la travesía a la meseta. Gracias a que ya de mayor me enseñaron a disfrutar del pescado, de otra manera me hubiera perdido las grandezas del mar. Pero algo queda, algo queda...
Eso, el entrecot, a la parrilla, generoso, se podía partir con el tenedor y sabroso. Pelín pasado de punto. Las patatas correctas, y el pimiento del piquillo muy bien tratado.
Lo acompañamos con un Riesling Dr. Loosen (15,50€), voló, acompañó los primeros y el pescado muy bien. Y un Pago de Carrovejas crianza del 2009 fue una apuesta segura que no estuvo a la altura (29€).
Del postre aceptamos la sugerencia de una selección de varias tartas y helados. Después lo lamenté, al final pruebas muchos pero no profundizas en nada. A resaltar el tiramisú y la tarta de queso, todos tenían la sensación de hechos para ti. No entendí los helados, lo siento, eran especiales.
El baño, con detalles amistosos, decoración ocurrente.
El pan no hubo elección pero el que nos pusieron correcto.
El servicio atento, amigable, y rápido a pesar de la sobrecarga.
Bruno Arrarte atento y abierto a nuestros comentarios, ¡lo que tienen que escuchar!
Es un buen restaurante, en un local con reparos por su estructura. Y se sale con una buena sensación.
¿Volver? para probar sus arroces, de los que hacen gala.