Situado en la mítica plaza de Chueca, Azul profundo quiere ser un restaurante sencillo para degustar comida compleja a precios “ajustados”. No existe carta de platos. Tan solo un menú degustación compuesto por once platitos que van variando cada quince días. Propiedad de Andrés Madrigal (ver Balzac), su cocina siempre promete. Sin embargo el sitio es pequeño y simplón -por no decir cutre- el servicio de mesa “moderno” –por no decir tosco-, la comida, a pesar de sus once “bocados”, escasa y el servicio de vino deficiente . La carta de vinos interesante con algún clásico y, sobre todo, referencias más arriesgadas y bien elegidas. Cocktel de banana y ron, capuchino de hongos tres texturas, mus de garbanzos, langostinos en panaché de verduras salteadas, bacalao sobre una cama de callos a la madrileña, fideua con conejo fueron algunos de los mini platos que probamos. Maridados por un Costers del Segre (por recomendación de la maitre) que no convenció. Muy bien la comida, muy mal el sitio;