Sopa Frita: reiventando la tapa

Al parecer este restaurante disfruta de cierta fama en la zona y, tras algunas recomendaciones, decidimos probar a ver qué tal lo hacían.

Llamamos para reservar y nos dijeron que lo tenían lleno, así que nos ofrecieron la terraza. Como hacía buen tiempo decidimos aceptar la oferta y allí nos plantamos.

El restaurante está bastante apartado del centro urbano, lo que se agradece porque es un barrio tranquilo y se puede aparcar con cierta facilidad. Se trata de un local bastante pequeño (por lo que te recomiendo que reserves), ambiente informal y mesas muy juntas, aunque no juzgaré al haber cenado en la terraza. Mi opinión respecto a este espacio es que no merece la pena. Hoy por hoy hay instalada una pequeña carpa con unas lámparas de led a pilas que no consiguen dar más que una tenue claridad, hasta tal punto que en algunas ocasiones hicimos uso de la linterna del móvil para poder saber qué comíamos. Tampoco las sillas y las mesas acompañan, pero esto se puede llegar a perdonar.

Cocina sencilla en la que se busca darle un pequeño toque original a algunas tapas, tiene un punto divertido aunque escaso riesgo u originalidad, que tampoco tiene por qué tenerlo, dicho sea de paso, si el resultado es bueno.

Pedimos unas bravas, en las que el all-i-oli se monta en una espuma ligera, bastante buenas, más allá del juego con el sifón. Una sepia a la plancha que decoran con un poco de sal negra hawaiana y una salsa mery de toda la vida. Tataki de atún con sésamo y aceite de trufa bastante correcto. Menos suerte tuvo la croqueta deconstruida que no acabó de tener el sabor de la original ni hubo un buen juego de texturas. Como plato fuerte pedimos un rabo de todo y foie que compartimos al centro, deshuesado y bien presentado bastante bueno.

En el apartado de vinos la cosa se pone algo más difícil… Carta copada por los productos de Vicente Gandia y precios algo elevados, sobre todo para el servicio que ofrecen, escaso y con copas muy mejorables. Escogimos el Nebla que acompañó bastante bien a la comida.

Sin echar cohetes, la cocina está bastante bien resuelta, tratan de dar un punto de originalidad que, si bien un poco demodé, no deja de ser una oferta divertida y es un elemento diferenciador en la zona, donde la hostelería sigue anclada en el sota, caballo y rey de hace de diez años. Como digo, la gente de la zona lo valora mucho, por lo que entiendo que lo están haciendo bien y su público recurrente busca algo así, una cocina diferente sin salirse de lo que ya conoce (bravas, sepia, croquetas...). El tema del vino queda en un claro segundo plano, con una oferta y selección escasa y muy mejorable.

Eso sí, punto positivo para el equipo del restaurante que se esfuerza en agradar al comensal y siempre está a tu disposición con una sonrisa en la boca.
Volveremos dentro de algún tiempo para ver cómo evoluciona, pero desde luego en la terraza no nos volverán a pillar.

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