Producto y atención exquisitas

Un restaurante más que tenía ganas de visitar. Se trata de un local bastante nuevo (2010), pequeñito (unas 16/18 plazas) que hace esquina en la calle semipeatonal del Clot en el barrio de su nombre.

Las críticas en internet eran más que positivas. Se caracteriza por ofrecer un producto de máxima calidad, tanto de comida como de bebida y que cuida mucho los detalles. Al llegar uno de los propietarios, que hace de jefe de sala, me preguntó si quería leer algún diario y al regresar del lavabo ya lo tenía en la mesa.

Tiene un menú de mediodía laborable por 16.90 eur + bebida que es el que tomé. Para beber tienen unas 4 opciones por copas. Me decidí por un clásico: Enate Chardonnay. Servido en la copa Riedel adecuada a la temperatura correcta (fresquisimo) me supo a gloria. Una copa generosa a un precio adecuado (4.20 eur). El hecho de girar la cabeza y ver que en la barra tienen un Belondrade y Lurton, un Ekam de Castell d'Encús (Costers de Segre) y un Ribeiro de Emilio Rojo te hace pensar la categoría del local. Un trío a la altura de la delantera del Barça...

De primero, unas mongetes (judías) blancas de Santa Pau con carpaccio de bacalao con un poquito de lechuga para acompañar. Muy bueno, servido en timbal circular con el bacalao encima de las mongetes. Fresquito, como apetece en verano.

El segundo plato que escogí ya justificaba la visita al local: rabo de toro con unos bolets (setas). La carne, melosa que se deshacía en la boca con su grasa (o era gelatina...). El caso es que estaba buenísima, las setas también. Quizá una ración algo pequeña, pero teniendo en cuenta que era un plato de menú, ninguna pega. El pan, incluído en el precio, también a la altura.

Para completar la comida y viendo unos quesos estratosféricos también en una vitrina de la barra me decidí a probar 3 y la verdad que de tener más hambre y menos reticencias con el presupuesto era para atreverse con casi los 12 que había en total. Para empezar, un Brillat-Savarin, que nunca (pecado) había probado y que a primera vista parece un Brie... totalmente equivocado. Suave pero fuerte a la vez, cremoso, con un sabor a nata... Buenísimo. La ración era generosa, acompañada por unas buenas tostadas, media nuez y mermelada de higos sobre una tabla de pizarra negra o similar. Su precio (7.50 eur los tres), más que correcto. El segundo, un Pouligny St. Pierre, de esos de cabra que se funden/aplastan con el calor. De sabor ya más fuerte, muy rico, no me impresionó tanto porque había probado alguno similar. Para acabar la cata, un queso italiano de castaña (color marrón medio/alto) fuerte y de un sabor muy peculiar.

El postre (incluído en el menú) fue de lo más terrenal: un helado de fresa (nata) de color demasiado rosado y de textura convencional pero muy rico y superior a la mayoría de helados que solemos probar. Servido (la vajilla está muy cuidada) en una copa bastante bonita y con una cucharilla con la punta recta y no ovalada.

Para acabar, un buen café Illy (1.80 eur) en el que (nos acostumbramos demasiado rápido a lo bueno) noté a faltar alguna galleta/chocolate y que el azúcar no fuera de sobre.

El trato del jefe de sala/camarero, fantástico todo el rato y qué decir de Marlen, la cocinera. Hay gente que tiene don. Suave música de acompañamiento, buena decoración, todo muy acojedor. El sitio se llenó en una hora.

En resumen, un local que mima el producto y a los comensales, quizá el mejor del barrio y no del distrito porque a un par de kilómetros de distancia hay uno situado en un rascacielos en el que trabajan unos gemelos que parece que lo hacen muy bien.

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