Navegando en tierra

El Pósit se ha convertido en uno de mis restaurante de cabecera cuando visito la zona, me gusta su oferta, me gusta su ambiente, su gente, su precio, su ubicación y sobre todo su cocina descarada y sin complejos de raíces marineras.

Conceptualmente se encuentra a medio camino entre un bar contemporáneo y un restaurante desenfadado, y así, sobre esta dualidad sincrónica construye una propuesta que sobre todo se caracteriza por tener chispa y personalidad, por un trasfondo de ilusión que se trasmite en cada bocado. Producto, tapeo y punto; nada de alta gastronomía, más bien informalidad sofisticada.

Su sencilla cocina engancha porque es divertida, ejecutada sin perjuicios ni encorsetamientos, es limpia, clara y marina, de raigambre, a veces artesana y a veces técnica, más popular que académica, gravita alrededor del producto de cercanía, es pensada, personal, moderna y clásica a la vez.

Ciertas preparaciones son insoslayables, no se pueden pasar por alto. Es celebérrimo y graso su paté de pescado azul; magistrales sus croquetas, (bueno buñocretas de pescado de descarte); excelsa la ensaladilla de gambas que deja brillar un producto fresquísimo y de primera; refinada la musola, una loa a la modestia marina; de encantadora salinidad sus antxoas caseras; y gulesco el taco de bacalao braseado, de melosas lascas e interior nacarado que se acompaña de un puré de calabaza, contrarrestando su salinidad aunque ande falto de sedosidad. Vituallas presentadas a modo de tapa, concepto que permite probar sin llegar al límite.

En esta ocasión, y con la escusa de la mostra de cuina marinera de La Vila, allí nos presentamos con la intención de navegar por sus placidas aguas. Menú cerrado a 30 €, oferta ad hoc, y desfile de raciones rematadas por la suculencia de un arroz meloso:

- Bollet a la lloseta. A modo de brioche, relleno de acelgas y melva en salazón. Proporcionado, ligero, aromático y muy mediterráneo.

- Ensalada de mojama con uvas, buena materia prima de destellos áureos para una receta sencilla basada en la calidad del producto más que en la mano del ejecutor.

- Ceviche de gambas con aromas de sus cabezas, rúcula y cebolla encurtida. Frescura a raudales, producto sobresaliente presentado como un carpaccio pero con marinado a lo peruano. Lo único prescindible el encurtido, empañaba la delicadeza de la protagonista.

- Tallarines de sepia al pesto alicantino. Tierno cefalópodo salteado y potenciado por la exigua y acertada presencia de una salsa a base de tomate seco y ajo asado.

- Croqueta de musola adobada. Sobrada de sabor, contundencia marina, aromática, etérea y sutil.

- Arroz meloso de rape con alcachofas y un toque ahumado. Brillante y adictivo, de fondo oscuro y profundo, construido sobre un fumet concentrado y perfumado que sirve de soporte al guiso, en el que se trata con respeto a dos productos estrella, el rape nacarado y la alcachofa al dente, que juntos pero no revueltos redondean una preparación marcada por otro volátil ingrediente, el humo, que lo revisten de cierto carácter atávico. Un plato enorme, en calidad y cantidad.

- Petit suisse caseros de turrón.

- Tres chocolates vileros. Ambos postres ligeros pese a la probable contundencia que puede dejar entrever su enunciado, una virguería traviesa.

Solo cocina al momento y sus propuestas difícilmente decepcionan. En el borde del mar, con ese inconfundible aroma a sal y yodo, cincela una coquinaria con magisterio arropada por el entorno con identidad subversiva, visceral y contemporánea.

Como fetiche una despensa generosa, de lonja, cercana e inagotable. Con la evolución sosegada como bandera la cocina de Toni, treintañero con memoria de octogenario, puede dar mucho juego en un futuro muy cercano si sigue buceando en la acera de enfrente y en la melancolía de lo clásico, articulando platos neo-vintage que homenajeen las raíces de los lugareños.

La integración de elementos que forman un restaurante cada vez cobra más importancia, y es en este aspecto donde contribuye en altas dosis su servicio, se nota su compromiso con el proyecto, quizás porque prescinden de mercenarios clínex (tan habituales en las zonas costeras) que duran lo mismo que la temporada. Es jovial y cercano, comandado por Rosana, una profesional de talla única, que con ademanes de alta escuela convierte la experiencia en algo realmente agradable. Un ejemplo de que la informalidad no está reñida con el formalismo y dejando aparte oropeles y servilismos, aun con manteles de papel, vajilla de bar, mesas de fórmica y denominación de taberna, no tienen porque llamarte “jefe” aunque no te conozcan.

Me falta visitarlo uno de esos días que el grajo vuela bajo, y desde su barra, contemplando el mar, junto a la chimenea que preside, dejarme vapulear sin miramientos por la cocina humeante que es elabora con un ojo puesto en el puerto y el otro en la tradición que le precede.

  1. #21

    Anaximenes

    Suscribo el magnífico comentario de CRATICULI. He estado comiendo dos veces en este sitio y la sorpresa, para bién, ha sido mayúscula. Cuando hay ilusión, talento y trabajo, el éxito está servido.

  2. #22

    JoseRuiz

    en respuesta a Craticuli
    Ver mensaje de Craticuli

    La verdad es que me gusta más ir a tiro hecho. Por tanto si se tercia lo visitaré seguro.

    Saludos.

  3. #23

    Craticuli

    en respuesta a JoseRuiz
    Ver mensaje de JoseRuiz

    Ten en cuenta que su espíritu es de taberna, no de restaurante, y para degustar lo mejor es lo que separen de cercanía, del mar.
    Saludos.

  4. #24

    Craticuli

    en respuesta a Anaximenes
    Ver mensaje de Anaximenes

    Efectivamente un lugar agradable y divertido, seguiremos disfrutando de el.

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