Un verdadero festival gastronómico; eso es lo que viví el pasado sábado en Can Fabes. Un menú prodigioso protagonizado por materias primas únicas, excelsas. La cocina de Santi Santamaría me parece más lúcida que nunca; una perfecta combinación de elegancia y rusticidad. Los platos de Can Fabes son técnicamente impecables y ofrecen una enorme profundidad gustativa. Desde una deliciosa primera tapa en la que se combinan el dulzor del melón y los cangrejos de río uno sabe que va a emprender un maravilloso viaje a través de un menú antológico. Opté como siempre por dejar que Santi eligiera por mí; El Gran Menú fue el protagonista. Destacaré un bogavante con cous-cous y jugo de su coral fantástico; unas cigalas con calabacines; la prodigiosa papada de cerdo con caviar y patata; las espardenyes con pil pil de tripas de bacalao de una intensidad sápida inmensa; un panegal (rascasa) con rebozuelos y jugo de un asado emocionante; una molleja de ternera con piña de una suculencia inaudita. Los postres comenzaron con una creme brulée con frutos rojos y helado de haba tonka que quedará grabada en mi memoria y siguieron con unos buñuelos de chocolate con helado de mango tremendos. Aperitivos, tapas y petit fours conformaron, junto a un surtido de pan único, una cena memorable; un festín para el recuerdo.
El servicio resultó un ballet, perfecto.
Para acompañar semejante oferta gastronómica me decidí por un Pol Roger Vintage 1999, un Valderiz 2005 y una copa de Olivares.
Can Fabes y Santi Santamaría corroboran en cada servicio el lugar entre los triestrellados en el que están con razón desde hace tanto tiempo y, además, reclaman con justicia en cada comida y en cada cena una atención y un reconocimiento del que son acreedores sin duda.
Una cena, en resumen, memorable como todas las que he hecho en este grandísimo restaurante.