Restaurante rústico, con una clásica y solida decoración en piedra y madera. Acogedor y amplio, tiene una sencilla terraza con extraordinarias vistas al lago y a los jardines del hotel del que forma parte.

Pese a su rusticidad está muy bien equipado, con manteles de calidad, buena vajilla y cristalería.

Cocina turolense bien ejecutada y con productos de calidad, con presencia en su carta de todas las especialidades de la zona: migas, ternasco, cabritilla, judías, sopas, Delicias de Teruel, escabeches… Trufa negra es lo que eché en falta, es posible que solo la tengan cuando toca: finales de invierno - principio de primavera.

Tomamos cada uno un primero y un segundo, compartiendo el revuelto a modo de aperitivo. Ésta fue mi elección:

• Revuelto de setas variadas con longaniza de Aragón. La longaniza, sabrosísima, y las setas, de temporada. Quizás demasiado cuajado el huevo.
• Ensalada templada de codorniz en escabeche. Una ensalada “king size”, podría ser para tres. Llevaba un poco de todo, bien conjuntada. La codorniz, abundante, estaba francamente bien escabechada.
• Jabalí en escabeche. Me dio por los escabeches… y acerté. Soberbio. Cuando un buen jabalí está escabechado como Dios manda… ¡ufff!. Quedó fino, con la profundidad y potencia de la caza de pelo, pero de suave bocado. Lo sirvieron tibio.
• Tarta de queso. Correcta.

La carta de vinos era muy reducida. Encontramos un Reino de los Mallos Varietales que fue un sorpresón.

Servicio ágil y discreto. Un camarero colombiano que se manejaba él solito la sala con una suficiencia pasmosa. Se ocuparosn todas las mesas a la vez, a las 14,30 hrs, parecía que iba a ser un caos por la escasa dotación de personal… pero todo lo contrario. Nadie esperó, nadie tuvo queja. Y sin verle forzado, sin esa estresante sensación que dejan otros camareros de “no puedo más, voy a calzón quitao”. Con tranquilidad, sin prisa pero sin pausa y con... ¡or-ga-ni-za-ción, o-ga-ni-za-ción! ;-)