Primer restaurante que visitamos al llegar a Venecia, después de una mañana en la cuál no me encontré demasiado bien, a lo que hay que sumar el madrugón para coger el vuelo que salía a las 6:25 con escala en Roma. El restaurante se encuentra en los bajos de un pequeño hotel con pinta de ser un auténtico encanto, en la calle que lleva al canal de la Giudecca desde el puente de la Accademia, a dos pasos de esta. Te recibe una agradable terracita (nada recomendable con el día con que nos recibió Venecia...). El comedor interior es pequeño, con decoración clásica y mesas bien vestidas y muy juntas. El servicio atento, elegante y simpático; joven y profesional. De primero comimos una pasta que no recuerdo, pero según me dijeron estaba muy buena, y unos raviolis elaborados con hojas de parra y rellenos de lubina. No me entusiasmó la combinación. Y cómo segundos dos tagliatas acompañadas de unas buenas patatas a las hierbas. A medio segundo me empecé a encontrar realmente mal, ni siquiera pude terminar la carne, y nos fuimos sin postre; de agradecer el interés mostrado por los camareros. Una pena, ya que los segundos estaban muy ricos. De volver a Venecia, un fijo en la agenda.