Situado casi enfrente del puente de acceso a La Toja, con buenas vistas, muy bien vestido y con una llamativa colección de cerámicas engalanando las paredes.
En esta tierra comer bien es relativamente sencillo, y hay lugares y lugares; de hecho la oferta es abrumadora. Y este restaurante es uno de esos sitios que por un cúmulo de circunstancias a mí particularmente me hizo considerarlo muy por encima de la media.Siguiendo las a veces dudosas recomendaciones de una guía, pasé por delante, me llamó la atención el tamaño de unos bichos azulines y, revisando rápidamente la aparentemente cara carta y viendo el material que se servía, dijimos que p'adentro.
Fuimos dos comensales y tomamos unas almejas (magnífico material, pero con una de esas salsas que te obliga a emplear a fondo las papilas gustativas para llegar al corazón del plato, no obstante mucho más respetuosa que las típicas salsas en esa zona); unos Xoubas, fritura deliciosa y, como plato fuerte, un magnífico bogavante gallego a la plancha, de algo más de 1 Kg: espectacular. Postre: sensacional brazo de gitano casero, relleno de una crema fabulosa, bizcocho esponjoso, casi etéreo, marcado en la superficie para contrastar con un azúcar crujiente casi caramelizado. Para beber un Martín Códax para los entrantes y unas copas de ribeiro suave para el bogavante. Servicio muy bueno.
Aquellos días buscaba un sitio de confianza para degustar un buen bogavante azul, y lo encontré. Para volver y repetir.