Aunque los comentarios tan dispares vertidos en estas páginas nos habían generado un cúmulo de dudas, al final nos decidimos a reservar en este local y, la verdad, es que acertamos de lleno. El restaurante está ubicado cerca del centro, cuenta con buenas instalaciones, las mesas son amplias y bien vestidas y la separación entre ellas es la adecuada. Su cocina tiene como referente la tradición, pero dejando espacio para la creatividad, siendo la calidad de los productos empleados en sus elaboraciones uno de sus pilares fundamentales.
Cada uno de los cuatro adultos que acudimos a comer pedimos un entrante, un segundo y un postre diferentes, con idea de luego compartirlos en la medida de lo posible. Tras un aperitivo (invitación de la casa) nos sirvieron, en mi caso, un Ajoblanco con taquitos de esturión, una acertada mezcla de texturas y sabores que me gustó mucho, casi tanto como el Pulpo a la parrilla que sacaron a otro de los comensales, grueso y con un delicioso toque a brasa. También estaban a buen nivel las Alcachofas con foie y las Gambas con huevo a baja temperatura con crujiente de germinados que pidieron los demás. Como segundo elegí Cochinillo lechal con piña al aroma de clavo, que estaba gulesco, con su piel crocante y su interior tierno y jugoso. Metí también el morro en los platos de los compañeros de mesa para incarle el diente a una excelente Paletilla de cabrito, a un sabroso Arroz con cigalas y alcachofas y a un menos logrado Magret de pato a la parrilla. Como postres me sacaron un rico Coulant de chocolate con helado de vainilla, pero no pude resistirme a meter la cuchara en la Tartita de manzana de una y en la Torrija caramelizada de otra (¿o era otro?. No me acuerdo). Vamos que entre los cuatro montamos una orgía gastronómica digna del bajo imperio romano.
Su carta de vinos es amplia, pero poco profunda, si bien cuenta con propuestas interesantes. El coperío es adecuado y el servicio de altura. Pedimos un Navazos Niepoort Blanco 2008 y un Reserva Santa Rosa 2003, que acompañaron bien la comida, aunque quedaron un poco por debajo de ésta. Para acabar tomamos unos cafés junto con alguna copa de vinos de postre, que en mi caso fue un PX Gran Reserva 1985 de Toro-Albalá. No faltaron tampoco unos petit four gentileza de la casa.
Por último, el servicio de sala, aunque quizás algo frío, se mostró muy profesional en todo momento.
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